Federico estaba sentado en la cama, con su
espalda apoyada en el respaldar, y sosteniendo una guitarra acústica intentando
interpretar Viernes 3 AM de Charly García. Aunque esto de “interpretar” es muy
dudoso de afirmar.
Al lado suyo, su novia acostada, y con los
ojos cerrados, pero despierta, disfrutaba de la música y de su primer
cigarrillo del día.
Tal vez, sólo disfrutaba del cigarrillo.
Era domingo y ellos no tenían otros planes más
que quedarse en la cama y sólo levantarse para las necesidades higiénicas de
todo ser humano. Obviamente para la necesidad más placentera no les hacía falta,
porque estaban en el lugar adecuado.
Cuando Federico tocó el último acorde de la
canción y lo pifió, Romina comenzó a iniciar los juegos previos a ese placer.
En primer lugar le sacó abruptamente la
guitarra y la arrojó sin piedad al suelo, hecho que ofuscó a Federico y que agradeció
Charly. Luego empezó a desvestirlo con urgencia…
El timbre del departamento sonó en el momento
más inoportuno.
Romina siguió sin prestarle ninguna atención,
pero a Federico los insistentes sonidos del timbre más los golpes enérgicos a
la puerta lograron desconcentrarlo. Pese a las quejas de Romina, se puso el bóxer y salió de la habitación.
- ¿Quién es? – preguntó, caminando en puntas
de pie hacia la puerta.
- Somos de la comisaría de acá a la vuelta.
¿Podemos hablar un momentito con usted?
Hubo
unos instantes de silencio. Federico miró desconcertado a su novia que llegaba
a medio vestir, y le pareció notar en su cara un atisbo de temor.
- Es un ratito nomás – se escuchó del otro lado de la puerta
- ¿No pueden pasar en otro momento? Estaba durmiendo
– dijo Federico y observó por la mirilla. Eran tres personas, dos con uniformes
de policía y el restante vestía de civil.
- Lo que pasa es que tenemos que presentar los
informes de este edificio hoy a la tarde, y el único que nos falta es el de
este departamento. ¿Vos vivís acá, no?
- Alquilo,
no es mío el departamento – contestó Federico y ahora la que miraba por
la mirilla era Romina.
- Pero sos el locatario… – la voz del oficial
sonaba algo ofuscada.
- Sí, sí, soy yo.
- ¿Qué pasa? – preguntó susurrando Romina
- Qué sé yo. ¡Qué me mirás así! No hice nada. –
fue la réplica de Federico, que evidenciaba nerviosismo por la inquisidora
mirada de su novia.
- Son unas preguntas nada más – insistió el oficial
tratando de volver al tono cortés.
- ¿Pero por qué asunto es?
- Por qué no nos abrís, por favor, así
terminamos nuestro trabajo y después seguís durmiendo tranquilo.
- Abrí – dijo Romina sin perder el susurro en
su voz y se dirigió a la habitación para terminar de vestirse.
- Me cambio y les abro, un segundo. – Federico
se vistió y antes de abrir le pidió a Romina que espere en la cocina. Romina
aceptó de mala gana y dejó entreabierta la puerta para poder escuchar la
conversación.
Cuando entraron al departamento, los tres
oficiales mostraron sus respectivas identificaciones y Federico los invitó a
pasar al living y sentarse.
- Ustedes dirán… – dijo sentándose y trató de
serenarse, ya que no encontraba motivo ni razón para estar nervioso.
Los dos
oficiales correctamente uniformados colocaron sobre la mesa un pequeño aparato
electrónico del tamaño de un celular.
El
tercero, de apellido Quiroga, según figuraba en la identificación, estaba
vestido de civil. Sacó de su bolso un cuaderno y una lapicera que apoyó sobre
la mesa.
- Estamos haciendo un informe detallado y
personalizado sobre todas las personas que viven en el barrio. – Las palabras
de Quiroga eran proferidas con la ajustada sincronía de un discurso ya
efectuado anteriormente – no sé si usted está al tanto de que este barrio cuenta
estadísticamente con la mayor cantidad de hechos delictivos de toda la ciudad.
- No, no
sabía. O sea, sé que suelen producirse robos y esas cosas en el barrio, incluso
creo que el jueves robaron en el quiosco de la esquina.
Pero la verdad es que no estaba al tanto de la
estadística. – Federico observó las miradas que se hicieron los oficiales uniformados.
- ¿Cómo sabe del robo del jueves? – preguntó
Quiroga sin desviar la vista de su cuaderno.
- Me lo dijo Raúl, el quiosquero – Federico sentía que se estaba defendiendo sin
saber específicamente de qué se defendía. Quiroga miró a sus acompañantes y
luego clavó la mirada en Federico.
- Es raro. Le pedimos que mantenga en secreto
el robo. ¿Está seguro que fue él quien se lo contó?
- Sí, segurísimo. Ayer por la tarde me contó
que le habían llevado toda la recaudación del día. ¿Pero cuál es el problema?
- No importa… Mejor empezamos con lo que
vinimos a hacer – dijo Quiroga.
El desconcierto de Federico empezaba a
convertirse en intriga y los nervios comenzaron a devorarlo por dentro. ¿Qué
mierda quieren? Pensaba y no pudo evitar sentirse acongojado por la certeza de
que el hermoso domingo que pensaba pasar junto a Romina ya no sería el mismo después
de esta irrupción desagradable.
- Como le decía recién, este barrio cuenta con
la mayor denuncia de robos y todo tipo de actos delictivos. Pero el principal problema
es que según una investigación que ha hecho el gobierno de la ciudad, la mayoría de los delincuentes son residentes de
este barrio.
Por este motivo el jefe de la comisaría ha
sido obligado a realizar estos exámenes personalizados sobre todas las personas
que se encuentren establecidas en esta zona.
El exámen
está dividido en dos partes. No le vamos a quitar mucho tiempo si usted
colabora con el procedimiento, que desde ya es obligatorio.
- Sí oficial, no hay ningún problema. ¿Qué
tengo que hacer?
- En realidad, más que hacer hay que decir.
–Quiroga hizo una seña con su cabeza, y uno de los oficiales le alcanzó el
artefacto electrónico.
- ¡Como un político! – dijo Federico sonriendo
apenas.
- ¿Perdón? – Quiroga dejó de maniobrar el
aparato y lo miró sin comprender.
- No,
digo, como un político, por la cuestión de que tengo que decir, más que hacer.
– Federico se ruborizó al comprobar por
las miradas de los oficiales que el chiste no había caído en gracia.
Romina desde la cocina esbozó una sonrisa
silenciosa, más por la estupidez de Federico que por el ingenio de la humorada.
Quiroga prefirió no decir nada y después de
unos segundos ubicó el aparato cerca de Federico.
- Discúlpeme, ¿Qué es este aparato? – dijo
Federico mirando con intriga el artefacto pero sin atreverse a tocarlo.
- No importa por ahora. Es para la segunda
parte del exámen – respondió Quiroga y volvió a prestar atención a su cuaderno.
– Comencemos. En esta primera parte vamos a interrogarlo sobre cuáles son sus
prevenciones para no sufrir hechos delictivos. ¿Tiene alarmas en el
departamento?
- No, en el departamento no tengo, pero solía
tener en el auto. Porque tenía un Clío, y me cansaba de que me roben el
estereo.
- ¿Le han robado alguna vez en este
departamento?
- Tengo mis dudas – dijo Federico. El rostro
de Quiroga delató sorpresa por la respuesta.
- ¿Cómo que tiene dudas?
- Sí… A ver cómo lo explico para que me
entienda… Nunca encontré mi casa revuelta, ni me robaron digamos,
personalmente. Pero hubo una
época en que me faltaba plata de donde la
tenía escondida.
No
puedo asegurarlo, pero creo que una novia que tenía me robaba cuando me
ausentaba. –Quiroga asintió con la cabeza, y Romina se sorprendió por la declaración,
porque nunca le había contado algo semejante.
- Por lo que veo no tiene ninguna medida
extrema de seguridad en la puerta. – el oficial miraba la puerta por la que
había entrado como para constatar algo por demás evidente. – ¿Cámara de
seguridad?
- ¡No!, no me da el cuero para esos lujos –
dijo Federico que se encontraba más distendido con el interrogatorio.— La única
vez que estuve a punto de comprarme una cámara de fotografía, tuve que gastar
en un estereo nuevo y en la alarma para el Clío.
- ¿El auto dónde lo guarda? – preguntó Quiroga
siempre anotando en su cuaderno.
- En ningún lado. Lo vendí la última vez que me robaron el
estereo con la maldita alarma incluida.
- ¿Acostumbra a salir de noche?
- Sí… Bah… A veces con mi novia vamos a algún
bar los fines de semana, o por ahí a visitar a algún amigo.
- Cuando sale de noche ¿lo hace caminando o se
toma algún medio de transporte?
- Casi siempre caminando, salvo que el lugar a
donde vaya quede lejos, entonces me tomo un taxi. Pero la situación económica
no está como para andar entrando en gastos.
- Bien. Creo que ya casi terminamos con esta
primera parte. – el oficial Quiroga revisaba el cuaderno, buscando alguna
pregunta que quizás se le haya escapado. Los otros dos oficiales seguían
sentados, inmutables.
- ¿Le parece que estoy bien, o tendría que
tener alguna medida más de seguridad? – preguntó
Federico más que nada para romper con el silencio que lo ponía incómodo.
- Más o menos. – Dijo Quiroga meneando la
cabeza – no tiene cámara de seguridad,
ni puerta blindada, y sale de noche, lo cual no es muy aconsejable por esta
zona, mucho menos si lo hace caminando.
- Bueno oficial, tampoco estamos en medio de una villa. Estamos
nada más que a veinte cuadras del centro de la ciudad.
- ¿Qué quiere decir, que no confía en las
estadísticas sobre la inseguridad de este barrio? – Quiroga endureció el tono
de su voz.
- No, no me mal interprete oficial. Lo que
quiero decir es que no creo que la situación sea tan grave como para no poder
caminar un par de cuadras por la noche. – Federico se maldijo por dentro,
mientras pensaba que si quería terminar cuanto antes con esta visita
desagradable lo mejor era responder y no refutar nada.
- ¿Y sale con esos anillos? – preguntó Quiroga
observando la mano derecha de Federico, atestada de anillos de oro dudosos.
- Sí. ¿Por qué?
Los dos oficiales que hasta el momento no
habían hablado se miraron y sonrieron como si la pregunta de Federico fuese
inadecuada. Quiroga se dirigió a uno de ellos.
- Suárez,
¿Cuántas denuncias por robos de anillos y pulseras tuvimos en el mes pasado?
- Sesenta y cinco, jefe – respondió el oficial
Suárez.
- Sesenta y cinco – repitió Quiroga mirando a
Federico – ¿no le parece un número de
asaltos más que suficientes como para que la situación sea considerada grave?
“Lo que me parece es que tendrían que salir a
patrullar más las calles en vez de quedarse
a mirar televisión o a jugar a las cartas en la comisaría” pensó
Federico, aunque obviamente prefirió no seguir contradiciendo a los oficiales.
- Sí, claro, seguro.
- Pasemos a la segunda parte del interrogatorio.
– indicó Quiroga mientras sacaba otro
cuaderno de su bolso.
Suárez apoyó sobre la mesa una Notebook, y sin pedir permiso desconectó
el cable del televisor y enchufó el de la computadora.
El otro
oficial, de apellido Díaz, se acercó con su silla hasta el lugar en donde se
encontraba Suárez.
Federico observaba la escena en silencio y
cuando Quiroga se estiró sobre la mesa para apretar una tecla del aparato
tecnológico, volvió a sentir intriga por el extraño artefacto.
- Perdón por la insistencia, ¿pero para qué
sirve esto? – preguntó el interrogado y esta vez obtuvo respuesta.
- Es un detector de mentiras último modelo. Es
lo más avanzado que existe en tecnología criminalística. Es cien por ciento
eficaz y es totalmente inalámbrico – Quiroga parecía estar haciendo propaganda.
– cuando detecta una mentira se enciende una luz roja y se escucha unos
compases de la novena sinfonía de Beethoven. Ya está encendido.
- Impresionante – dijo Federico y debía ser
verdad porque el detector no dio señales de lo contrario.
- A diferencia del antiguo detector de
mentiras, no hace falta colocárselo al interrogado, cualquier cosa que digamos
desde ahora el detector en milésimas de segundos lo analizará y dará su
veredicto. No hay forma de engañarlo, fíjese. – Quiroga observó de reojo a sus
compañeros y sonrió antes de preguntar – ¿Cómo se llama usted?
- Federico – dijo arrimándose al aparato y
casi pronunciando en sílabas
- No hace falta que se arrime ni que le hable
como idiota. – dijo Quiroga algo molesto. – ahora mire el grado de fineza que
tiene este aparato…
- Jefe ¿le subió el volumen? – interrumpió Suárez
y después de corroborar que todo estaba en orden, Quiroga agravó su voz y dijo:
- Señor Federico, para mi usted NO es un
pelotudo…
La luz roja del detector se encendió y la
melodía de la novena de Beethoven comenzó a sonar a gran volumen. Los oficiales
Suárez y Díaz intentaban ocultar sus risas. Federico no salía de su asombro. Y
Quiroga bajó un poco el volumen del detector, que después de unos segundos dejó
de sonar.
- ¡Se da cuenta, es una maravilla! Hasta es
capaz de captar ese “NO” antes del “es un pelotudo”. Le aseguro que no hay forma
de engañar a este detector. Dígame, ¿qué piensa usted de mí?
Federico sintió un estremecimiento en todo su cuerpo,
y miró aterrado el detector de mentiras. Suárez y Díaz ya no pudieron
aguantarse y largaron la carcajada.
- Es una broma –dijo sonriendo – no te
preocupes pibe, no hace falta que respondas – Quiroga hizo una seña con su mano
a los oficiales para que cesaran sus risas.
Federico, aunque respiró aliviado al no tener
que responder, se sintió algo molesto por el repentino cambio de trato que le
propinó Quiroga al llamarlo pibe, además de la falta de respeto por la
inescrupulosa tomada de pelo.
- A esta segunda parte del interrogatorio la
llamamos “PDD”. Es decir, Prevención del Delito. Usted tendrá que responder las
preguntas que yo le haga. Y las respuestas las van a ir cargando los oficiales
al programa de computación, siempre y cuando lo que diga sea aceptado por el
detector de mentiras – el oficial hablaba nuevamente con la formalidad
discursiva del principio.
- ¿Y qué pasa si el detector demuestra que
miento? – inquirió Federico sabiendo que nada bueno obtendría como respuesta.
- ¿Por qué, pensas mentirnos?
- No. Sólo trato de entender para qué es todo
este interrogatorio.
- Sencillo. Vos contestas con la verdad, el
programa de computación va almacenando tus respuestas, y al terminar el
interrogatorio este programa analiza toda la información y emite un dictamen
evaluando tu peligrosidad para la
sociedad.
- ¡Me están jodiendo!
- No, pibe. Esto es serio. Ya te dije que es
una orden directa del gobierno de la ciudad.
Empezamos. ¿Está todo listo? –Quiroga esperó
la afirmación de Suárez, que levantó un pulgar
- No entiendo. ¿Cómo si soy peligroso para la
sociedad? – Federico estaba desconcertado, y ya se observaban muestras de
fastidio en Quiroga.
- Vos respondé a lo que yo te pregunte. Por
ahora no hace falta que entiendas. ¿Nombre y apellido?
Federico quedó unos segundos en silencio.
Pensaba objetar algo sobre el procedimiento pero al ver las caras poco
amigables de los oficiales, sobre todo la de Quiroga, prefirió hacer caso,
deseando terminar cuanto antes con el cuestionario.
- Federico Báez…
- Edad…
- Veintinueve años…
- Estado civil…
- Soltero. – pensó en agregar “y sin apuro”
pero se abstuvo. No estaba para bromas, y además recordó que desde la cocina
Romina estaría escuchando la conversación.
- ¿Trabajas o estudias?
- Las dos cosas. Trabajo para una empresa que
hace arreglos de electricidad y estudio Ingeniería Eléctrica.
- ¿Alguna vez estuviste detenido?
- ¡Basta! ¿Qué es esta porquería? – Federico
levantó la voz indignado, Quiroga dejó de leer su cuaderno y le clavó la
mirada.
- Respondé a las preguntas – dijo Suárez y
sonó a amenaza.
- Reitero, ¿alguna vez estuviste detenido? – y miró de reojo el detector de mentiras que
hasta el momento había aceptado las respuestas del interrogado.
Federico cada vez entendía menos y le
molestaba tener que estar injustificadamente bajo un tratamiento de esta
naturaleza, pero respondió sin objeción.
- No. Nunca estuve detenido.
El detector de mentiras lo aprobó. Quiroga dio
vuelta una hoja de su cuaderno y volvió a la carga con las preguntas.
- ¿Alguna vez robaste?
- ¡No, jamás! – Federico tragó saliva.
La luz roja y la música de Beethoven dejaron
en evidencia la mentira. Federico miró despavorido al artefacto. Los tres
oficiales intercambiaron miradas.
- ¡Miente el detector! – exclamó Federico
sintiendo un terrible temblor en su cuerpo.
Romina, en la soledad de la cocina, ahogó con
sus manos la boca para contener la sorpresa.
- Pibe, el detector no miente, detecta las
mentiras – le dijo el oficial, satisfecho por su juego de palabras.
- ¡Puede fallar! – trató de justificarse
Federico.
- Lo mismo decía Tu Sam, “puede fallar” y casi
mata a su propio hijo – exclamó el oficial Díaz con una sonrisa, que enseguida
borró dado que no era momento para humoradas.
- Lo que puede fallar es tu memoria. A lo
mejor si pensas bien un ratito se te refresca – dijo Quiroga.
- No tengo nada que pensar, nunca robé nada. –estaba seguro de estar
diciendo la verdad, pero el detector volvió a contradecirlo… Aunque tal vez… –
Bueno, a lo mejor… No sé, alguna vez de pendejo habré agarrado alguna golosina
o algo así de algún almacén… Pero fueron travesuras nomás. Estupideces que uno
hace de pibe.
- ¿Pagaste
esas cosas que decís haber agarrado de algún almacén? – en la pregunta del
oficial se vislumbraba marcada ironía.
- No. –
contestó Federico, de mala gana.
- Entonces, vuelvo a hacer la pregunta. ¿Alguna
vez robaste?
Federico tuvo un férreo deseo de tomar el
detector y revolearlo por el aire.
- Me parece que esto es una estupidez, y no
pienso seguir respondiendo hasta que me expliquen bien de qué se trata todo
esto.
- Si no respondes nos veremos obligados a
cargar en la computadora la negativa del interrogado, ante una pregunta crucial
como esta. Pero te aseguro que no te va a convenir. – Le sugirió el oficial y
esperó unos segundos para repreguntar – por última vez ¿alguna vez robaste?
- Sí… – dijo Federico con voz temblorosa.
- ¿Qué fue lo que robaste?
- No recuerdo bien, ya le dije que fue cuando
era muy pibe, no sé, pero creo que algunos alfajores y caramelos.
Quiroga esperó unos segundos para que sus
compañeros escriban la declaración en la computadora.
- ¿Qué te indujo a robar?
- Travesura infantil – respondió Federico
irónicamente. Aunque debía ser verdad ya que el detector seguía impasible.
- ¿Qué haces cuando no estas trabajando o estudiando?
Me refiero a en qué ocupás tu tiempo libre.
- Bueno, juego al fútbol con amigos. Miro
televisión. Estoy con mi novia. Escucho música. Toco la guitarra…
- Veo que tenes muchos discos – al observar una estantería llena de cds, ante
una seña de éste, el oficial Díaz se levantó de su silla y se dirigió al
anaquel, inspeccionando con énfasis las cajas de los discos.
- Sí. Me gusta mucho la música – Federico miró
nervioso al oficial Díaz, no le gustaba que manosearan sus cds.
- Supongo que serán todos originales… ¿Usted
qué dice Díaz?
El oficial Díaz sacó un cd de la estantería.
Lo llevó para la mesa y lo ubicó justo enfrente del interrogado. Luego se sentó
otra vez en su silla y desde ahí le alcahueteó a su jefe:
- Hay al menos treinta discos que no son
originales.
Federico miraba sorprendido a los oficiales.
- O sea que compras discos truchos – le dijo
Quiroga dando por hecho la cuestión, ya que no se expresó en tono de pregunta.
Federico se levantó enérgico de su silla y habló indignado.
- ¡Esto es el colmo! ¡Me están tomando el
pelo! ¿Quién no compra cds truchos hoy en día?
Por qué no se van a joder a los que los venden.
- Simplemente te estoy preguntando si compras
discos truchos. No hay necesidad de que levantes la voz ni que nos digas cómo tenemos
que hacer nuestro trabajo. – dijo Quiroga sin enojarse demasiado e invitándolo
a sentarse nuevamente, intuyendo de ante mano la reacción de Federico, que a
los pocos segundos volvió a su silla.
Mientras tanto, Suárez detallaba en la
computadora “compra ilegal de discos musicales”. Díaz estimaba la cifra, que a
simple vista, oscilaban entre los treinta y cincuenta discos piratas.
- ¿Quedan muchas preguntas? Porque me quiero
ir a dormir –dijo Federico más amargado que enojado.
La novena de Beethoven y la indignante luz
roja del detector volvieron a encenderse. Evidentemente Federico no pensaba en
dormir.
El oficial Quiroga no ahondó en detalles y
esperó hasta que el detector cesara para continuar.
Federico, internamente se las agarró con la
madre de Beethoven.
- Sólo un par de preguntas, no te queremos
molestar más.
Y otra vez sonó el detector de mentiras, esta
vez contradijo a Quiroga, quien se mostró sorprendido.
Federico pensó con tristeza que no serían nada
más que un par de preguntas. Sin embargo la mentira del oficial estaba en la
segunda parte de su exposición.
- Supongamos que vas caminando por la calle y
de repente te topás con una billetera repleta de dinero ¿Qué haces? – dijo
Quiroga.
Federico, a pesar del malestar, no pudo evitar
sonreír ante la infantil pregunta del oficial.
- Busco dentro de la billetera para ver si hay
alguna identificación de la persona que la perdió.
- Todos dicen lo mismo – exclamó Quiroga
buscando la aprobación de sus compañeros que afirmaron en clara actitud chupa
media – no hay identificación. Solamente
hay dinero. ¿Qué haces?
Federico se tomó unos segundos para responder.
Y cuando lo hizo desplegó todo el sarcasmo del que era capaz.
- Iría a un canal de televisión para entregar
la billetera y que informen en el noticiero sobre el extravío.
También podría llevarla a la comisaría, pero
no confío demasiado en los policías – y miró desafiante a los oficiales,
quienes ante el hecho de que el detector afirmara la sinceridad de su respuesta
enardecieron totalmente.
- ¡No te hagas el piola! – dijo Suárez
increpándolo desde la computadora
- Tranquilo, Suárez. El muchacho respondió correctamente. Se ve que
es un ciudadano responsable y que se maneja dentro de la ley.
Es más, ¿vos dijiste que mirabas televisión,
no? – dijo y esperó a que Federico asintiera. Después clavó la estocada – me
imagino que pagas el abono del cable todos los meses...
Los dos oficiales miraron con admiración a su
jefe, debido a que la expresión horrorizada del interrogado no dejaba dudas de
la respuesta. Federico amagó responder pero se quedó en el camino.
Quiroga saboreaba la revancha y no dejó pasar
la oportunidad.
- Y… ¿En qué quedamos, pagas el abono del
cable o lo tomas prestado como las golosinas del almacén?
“En
realidad lo pago a medias con el vecino de arriba” pensó Federico, pero no valía
la pena la justificación.
- No,
no lo pago.
El oficial Quiroga cerró el cuaderno, lo
guardó en su bolso y se tomó unos segundos para dirigirse al interrogado.
- Bien, ya terminamos…
Federico no ocultó su alegría por el final del
interrogatorio y se levantó de la silla como para encaminarse a la puerta del
departamento.
- ¿A dónde va? – lo frenó Quiroga.
- ¿No habíamos terminado?
- Terminamos con las preguntas. Ahora hay que
esperar el veredicto de la computadora. Suárez, cuando esté el resultado avisame
–dijo Quiroga y encendió un cigarrillo.
El entusiasmo de Federico se evaporó en un
segundo. Se sentó otra vez y en silencio aguardaba por su destino.
En toda
la espera no hizo más que preguntarse de qué se trataba todo este bendito
asunto. Se acordó que en la cocina estaba Romina y disimuladamente miró hacia
la puerta. Sintió pena por ella, aunque en realidad hubiera preferido estar en
su lugar.
Se dio algo de ánimo pensando que a lo sumo se
comería un sermón. Seguramente toda esta desagradable “entrevista” no era más
que un proceder burocrático o alguna otra tontería de los políticos para
demostrar que hacían algo por erradicar la inseguridad. Sin embargo no dejaba
de resultarle ridículo todo lo que había sucedido y hasta pensó en realizar
alguna queja por el nefasto procedimiento.
- Ya está, jefe. Tenemos el resultado.
Quiroga le ordenó leerlo en voz alta.
- La computadora categoriza al interrogado
como un potencial pungista.
Federico abrió los ojos horrorizado. Observó
la seriedad en los rostros de los oficiales y no podía creer lo que había
escuchado.
- ¡Ah bueno! ¿Pungista? ¿De qué carajo están hablando?
- Nos va a tener que acompañar –sugirió
Quiroga poniéndose de pie y por el silencio del detector, indudablemente
hablaba en serio.
- ¡Me están jodiendo! Sí, claro, ¡cómo no me
di cuenta antes! Es una broma.
- No es ninguna broma. –Suárez y Díaz
desconectaron la Notebook, la colocaron dentro del bolso y esperaron ya
de pie junto a su jefe.
- ¡Les advierto que yo no pienso ir a ningún
lado. De acá no me muevo! – dijo Federico en tono amenazador.
En ese momento irrumpió Romina corriendo.
- ¿A dónde lo llevan? – gritó histérica y
entre lagrimas.
- ¡Es mi novia! –se apuró a decir Federico al
ver que Suárez y Díaz habían desenfundado instintivamente sus armas. Quiroga
había retrocedido sorprendido por la irrupción. – Estaba esperando en la
cocina.
Romina seguía llorando y aguardando una
respuesta. El jefe hizo una seña para que los oficiales guardaran sus armas.
Federico aprovechó el desconcierto del momento
y en un arrebato tomó el detector de mentiras antes de que el oficial Quiroga
se lo impidiera.
- ¡No pienso ir a ninguna parte hasta que no
me digan exactamente de qué se trata todo esto! – con el detector en su mano Federico
intentaba obtener la verdad de los oficiales.
- Vamos a la comisaría…
- ¡Pero ustedes están locos, cómo va a ir
preso por ser un potencial… No sé qué cosa! – gritó Romina que no había
escuchado o entendido el significado de la palabra pungista.
- Nadie va a ir preso señorita. La idea de
este programa, como le dije a su novio, y tal vez usted escuchó, es prevenir el
delito. Mientras tanto tendrá que pasar una semana o el tiempo que determinen
los especialistas que crearon este sistema, sometido a distintas tareas comunitarias,
y además apersonarse por la comisaría durante ese período, para participar de
charlas psicológicas, con el fin de erradicar ese potencial delictivo que lleva adentro.
Más allá de esto, seguirá con su vida normalmente.
Pero ahora tendrá que acompañarnos a la comisaría para coordinar todos los
detalles, y realizarle otros interrogatorios más exhaustivos.
El detector se mantuvo en silencio.
El oficial había dicho la verdad, aunque eso
no significaba un alivio para Federico y Romina.
- Entrégueme el detector. – Quiroga estiró su
mano y después de un momento de dubitación, Federico le devolvió el aparato.
- ¿Y si no quiero ir qué pasa? – las palabras
de Federico no eran para amenazar, sino que parecía una excusa para seguir
obteniendo información sobre su destino.
- Es mejor entregarse por voluntad propia, te
lo aseguro. – dijo Quiroga y tampoco sonó a amenaza. Suárez y Díaz parados
detrás de su jefe aguardaban la decisión de Federico.
Romina parecía calmarse un poco, aunque seguía
llorando.
- Si no queres ir, podemos quedarnos y seguir haciendo
preguntas –dijo el oficial Díaz sonriendo sobrador.
Quiroga lo miró sorprendido, por lo visto Díaz
estaba improvisando sobre la marcha.
-Por ejemplo, ¿alguna vez le fuiste infiel a
esta chica?
La pregunta le cayó a Federico como un baldazo
de agua fría.
Incluso tampoco pareció agradarle a Quiroga,
que fulminó con la mirada a Díaz.
Suárez, sin embargo, disfrutó la impronta de
su compañero.
- Hablá con mi viejo y decile que estoy en la
comisaría. Que le avise al doctor Ramírez para que venga. – le pidió Federico a
su novia.
Cuando se encaminaba para la salida, la voz de
Romina lo dejó paralizado.
-¿A dónde vas? ¡Respondé la pregunta!
Federico dio media vuelta. Otra vez tenía que
responder. Nunca, en toda su vida, había tenido que dar tantas explicaciones.
- ¡Respondé la pregunta del oficial! – exigió
Romina una vez más.
A Federico le pareció percibir que Quiroga
apretaba una tecla del detector de mentiras. Disimuladamente miró al oficial
que le guiñó un ojo.
- No. Nunca te engañé. –dijo finalmente
Federico.
El detector se mantuvo en silencio y Romina
sonrió satisfecha.
Cuando los oficiales y Federico llegaron a la
comisaría para un nuevo interrogatorio, recién ahí, Quiroga volvió a encender
el detector.