lunes, 29 de junio de 2009

¿Qué leen los libreros? Marcelo Bernstein / Librería Paidos



Mis comienzos en el mundo del libro fueron en 1978 en Librería Paidos; especializada en psicología, psicoanálisis y educación. Los primeros años transcurrieron en este oficio recomendando novedades psi y haciendo búsquedas de lo más complejas para redacción de tesis, presentación de casos clínicos y argumentación de papers académicos. Una aclaración: dentro del “ser librero”, el librero especializado es uno muy peculiar; es, prácticamente, un colega profesional del cliente en lugar de un vendedor de libros.
Recién en el año 1999, la librería se expande con la incorporación de la Librería Paidos del Fondo, donde además de la especialidad tradicional de la librería pasamos a tener una oferta de libros generales. Con esta anexión, se abre para mí el mundo de la librería general: es decir, la actividad de un librero en toda su dimensión.

Aquí me gustaría detenerme un instante sobre la definición del librero como aquel que recomienda libros a sus clientes. Sin duda, esto es un reduccionismo: las labores son muchas y muy complejas. Pero la esencia del oficio del librero es venderle al comprador el libro que el cliente satisfecho compra. Obviamente este cuento se completa con que previamente el librero debe haber comprado el libro a la editorial, debe haberse asegurado stock, etc., etc., etc., etc. Pero opino que lo que un cliente espera encontrar en la librería a la que va a comprar, es a ese librero, no a otro tipo de vendedor. A veces la situación se complica, ya que resulta que el cliente al que estamos atendiendo tiene gustos muy diferente a los de uno, y nos vamos dando cuenta en nuestras primeras sugerencias y preguntas para orientarnos en la selección y recomendación, que no nos gusta leer lo mismo. Por suerte, en la librería somos varios y para el gusto de ese cliente quizás haya algún otro librero que resulte mejor que uno para esta oportunidad.

De lo que he leído últimamente, que como verán no son sólo novedades, me gustaría recomendar algunos títulos. Henning Mankell es un autor de novelas policiales que me encanta. Y tiene, además, una vida muy particular. El Chino es un largo policial donde no aparece su clásico inspector, sino que incorpora una figura femenina que por casualidad queda involucrada en la trama. Fiel al estilo Mankell, paralelamente al género policial, relata interesantísimas historias sobre inmigración de chinos en USA y nos narra problemáticas de la China después de Mao.
También de Henning Mankell me encantó Zapatos italianos que no es policial, sino una historia de vida. La prosa de este relato me resultó atrapante. ¡Qué lindo que es leer un libro tan bien escrito! El argumento del libro es básicamente triste, de historias de vida muy solitarias, pero muy bien contadas. Vale la pena. Los dos títulos son editados por Tusquets.

Me gustó mucho Cineclub de David Gilmour, editado por Mondadori Sudamericana. Quizás, como tantas veces ocurre -a favor o en contra del placer de leer-, es un libro justo en el momento oportuno… Esto es lo que me pasó a mi con el texto. Es la relación de un padre con su hijo adolescente, con quien comparte horas y horas viendo películas. Cómo es esa relación, qué dudas y qué certezas se tienen de cómo educar a un hijo, qué es lo que se debe y qué lo que se puede: éstas son las preguntas que me planteaba el texto a medida que avanzaba.
Además, estoy leyendo, y lo recomiendo fuertemente, el libro de cuentos de Elsa Osorio que acaba de publicar Planeta Callejón con salida . Es una selección de cuentos de años atrás y otros relatos más recientes. Son cuentos básicamente muy bien escritos, historias duras algunas con toques de humor.

Por último, a raíz de la película, volví a leer El lector de Bernhard Shlink que editó Anagrama, hace ya unos cuantos años. Me gustó más esta segunda lectura, pese a perder el efecto de la sorpresa al conocer la historia. Encontré en la relectura el placer de leer tranquilo, con calma, en detalle, que no tuve en la primera que tanto me atrapó. Lo leí de un tirón esperando ansiosamente el desenlace. Recomiendo a quienes no la leyeron, que lo hagan: es una historia breve pero con muchísimos condimentos que lo hacen un gran libro. Y para quienes ya lo leyeron, quizás con la segunda lectura encuentren lo mismo que descubrí yo.

sábado, 28 de marzo de 2009

¿Qué leen los editores? Mariano Valerio / Grupo Planeta


Creo que mi relación con los libros la mantengo desde que tengo memoria. Lo primero que recuerdo es sostener un libro entre las manos en silencio y mirar cada una de las páginas por unos minutos. Todavía no sabía leer, me moría de ganas, y creía que en ese gesto que les copiaba a los mayores estaba leyendo. Ya de más grande me inicié con la colección Robin Hood (la clásica, la amarilla) que estaba en la casa de mis abuelos. Pasaba tardes enteras en la habitación en la que estaba la biblioteca, leyendo aventuras y clásicos adaptados (versiones que en algún momento me gustaría volver a mirar, para ver realmente qué fue lo que leí). También me acuerdo que en casa, mis papás estaban suscriptos al Círculo de Lectores, una especie de “Avón” de los libros que entregaba a domicilio lo que uno elegía de una revista mensual de novedades. Ahí también me moría de ganas. Hasta que una vez dejaron que eligiera y me decidí por El libro de la selva, de Kipiling. Ese fue mi primer libro. Después llegaron las típicas lecturas adolescentes y las “comprometidas”: Juan Salvador Gaviota, El principito, Las venas abiertas de América Latina, La metamorfosis, Crimen y castigo, El túnel, El diario del Che en Bolivia, etc., etc., son algunas de las que más recuerdo –todo bien mezclado, como tiene que ser a esa edad. Pero la cosa realmente cambia cuando conozco y trabo amistad con un grupo de libreros del barrio. En la Boutique del libro de San Isidro, Fernando Pérez Morales me pasa otro tipo de lecturas. Todo arranca con Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes, de Thomas de Quincey. De inmediato entendí la diferencia entre libros y literatura. El libro como un objeto, la literatura como una forma de entender el mundo (de leerlo). Entonces comencé a estudiar Artes y Letras en la Universidad de Buenos Aires, y a trabajar como librero en la misma Boutique. Y viéndolo ahora, en retrospectiva, puedo entender que en mi formación como librero (que fue mi primer contacto “profesional” con el libro), ya se perfilaba cierta idea de entender la edición, o, por lo menos, lo que yo entiendo como figura de editor: un monstruo de dos cabezas que piensa a la vez en términos de libros y de literatura. Básicamente, un esquizofrénico que debe tener en cuenta gustos, pasiones y números (cabeza y corazón, como quien dice). Y todo eso, que hoy conforma lo básico de mi día a día laboral, lo entendí primero como librero. Después llegaron la crítica en medios gráficos (durante casi siete años dirigiendo Los Inrockuptibles), un breve paso por la docencia y, finalmente, mi actual trabajo como editor en el Grupo Planeta, al que fui convocado por el enorme voto de confianza que puso en mí (que no estaba relacionado para nada con el “mundillo” editorial) Ignacio Iraola, director del sello.
Mi primer contacto con la edición fue bastante particular. Arranqué ayudando a algunos amigos que escribían: metía mano y aconsejaba desde la más pura intuición en libros que me gustaban, nada más. Es decir, que no hubo un “primer” libro editado. De esa época, los que más me acuerdo son Tabla periódica, de Carolina Jobbagy, Aún, de Mariano Dupont y Folc, de Diego Caggiano. Ya para Planeta, fue muy bueno poder trabajar con escritores que siempre me gustaron, como Federico Jeanmaire (fue todo un momento cuando trabajamos en la reedición de Desatando casi los nudos, su primera novela que había publicado a fines de los 80), María Negroni, Paula Pérez Alonso y Juan José Becerra. Todo esto entendiendo la edición en términos de trabajo textual, es decir, en ese contacto directo con los originales de los autores y con su escritura. Porque en un nivel en el que la edición pasa por términos más comerciales, el primer libro del que me siento enteramente responsable como editor es, curiosamente, uno de cocina: Comer y pasarla bien, de Narda Lepes. Fue el primer libro que sumé como idea, desarrollé y seguí en su dinámica comercial en las librerías. Por suerte, fue una muy buena experiencia, en todo sentido.
¿Cuál es el rol del editor? En mi corta experiencia de lleno en el mercado (hace tres años que trabajo para Planeta), llego a entender que el editor debe ser, ante todo, alguien criterioso. Por un lado, en el trabajo sobre los textos, la idea es optimizar el libro con el que trabaja respetando siempre –pero siempre– la idea del autor. Se puede sugerir, se puede proponer, pero nunca el trabajo del editor debe entrar en roces con el del escritor. Hay que acompañar, nada más –y nada menos– y en ese sentido, el modelo de editor que más me entusiasma, y que tomo como referencia, es el de la “vieja guardia” –que cada vez se ve menos. Tipos como Alberto Díaz, por ejemplo, con quien trabajo, son verdaderos maestros de lo que debe ser un editor. Hay una frase que alguna vez dijo un autor, que resuena mucho en la editorial, y que me parece que resume todo esto de manera bastante clara: “Para ustedes es un libro más, para mí es ‘mi’ libro”. Esa es la ecuación editorial entre autor y editor. Es así, no hay dudas. Por otro lado, está todo lo que hoy en día se denomina –de manera bastante ocurrente, por cierto– “ingeniería editorial”, y que tiene que ver más con el desarrollo de proyectos especiales y comerciales en los que no hay tanto trabajo con un autor y su obra. Ahí me parece que es importante que el editor esté atento a tendencias generales que van más allá de la industria editorial y que se pueden condensar en formato libro. Porque en esta clave, el libro ya suena más como soporte –como objeto– de propuestas bien disímiles que no tienen que ver (la mayoría de las veces) con la literatura. Pero, sinceramente, creo que con ese trabajo de “ingeniería” se pueden planificar o proyectar libros de un éxito de ventas relativo o medianamente satisfactorio. El gran best seller, “ese” libro que vende ciento de miles de ejemplares, está más ligado a una cuestión de suerte, y hasta me atrevería a decir que de casualidades. Ese tipo de libros creo que son bombas que le explotan al editor en donde menos se las espera.
De lo que se viene con respecto a mi trabajo, y que en parte puede ser considerado como proyecto editorial, me entusiasma una serie de cuentistas (no es una antología, sino que cada uno de ellos sale con su libro) que estamos sacando entre este año y 2010. Son escritores que realmente me gustan: Mariana Enriquez, Oliverio Coelho, Samanta Schweblin y Federico Falco. También vamos a publicar a Gustavo Ferreyra con una novela, Piquito de oro, y a Laura Ramos con un libro bastante particular: Historias de chicas, una suerte de semblanzas de mujeres que ponen en juego el tema del género desde lugares bien distintos.
Mis lecturas actuales. Debo decir que son los libros que están sobre mi mesa de luz y los que cargo en mi cartera, los que leo en mi tiempo libre. En ese sentido, por estos días me rodean El mar, de John Banville (hacía rato que no leía una novela con una carga poética tan fuerte); Los hombres que no amaban a las mujeres, de Stieg Larsson; Senior Service, una muy buena biografía de Giangiacomo Feltrinelli editada hace unos cuantos años por Tusquets; Escuchar a los muertos con los ojos, de Roger Chartier, una historia de “lo escrito” en la cultura moderna, y Tokio Blues, de Haruki Murakami. Por otro lado, algunos libros locales me dieron muchas satisfacciones en el último año: Ida, de Oliverio Coelho, Las anfibias, de Flavia Costa (tan intenso, tan personal y tan “nuevo”), Frío en Alaska, de Matías Capelli (un muy lindo debut), la biografía de Osvaldo Lamborghini escrita por Ricardo Strafacce y publicada por editorial Mansalva y La intemperie, de Gabriela Massuh. De los escritores que no había leído nunca, y que descubrí no hace mucho, los que más me gustaron fueron, curiosamente, dos alemanes: Georg Buchner (1813-1837) con Lenz, un texto bien decimonónico que es considerado por la historia de la psiquiatría como la primera descripción exacta de la esquizofrenia, y Max Frisch (1911-1991). De él me atrevo a recomendar dos novelas: Homo Faber y Montauk. También tengo siempre a mano mis libros fetiches, esos a los que vuelvo todo el tiempo: Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes (en realidad, todo Barthes) y Semblanza, la compilación de textos de Alejandra Pizarnik hecha por el Fondo de Cultura Económico son dos “oráculos” de consulta permanente. Facundo, de Sarmiento. Siempre algún Burroughs, algún Thomas Mann (La montaña mágica, mejor). Mil mesetas, de Deleuze y Guattari, Ensayos sobre las visiones de fantasmas, de Schopenhauer, Saturno y la melancolía, de Erwin Panofsky y Raymond Klibanski. Y siempre, pero siempre, algún Saer: Nadie nada nunca, uno de mis libros más queridos. Y también, la biblia de la cultura rock: Rastros de carmín, de Greil Marcus, un ensayo que rastrea y conecta los orígenes del punk con el situasionismo de Guy Debord, publicado por Anagrama.
MARIANO VALERIO nació en Buenos Aires, en 1970. Estudió Artes y Letras en la Universidad de Buenos Aires. Trabajó como librero entre 1993 y 1999. Dirige Los Inrockuptibles, la versión argentina del semanario francés desde el año 2000, y colaboró como crítico de música y libros en diversos medios locales y extranjeros. Desde 2006 es editor del Grupo Planeta para los sellos Planeta, Emecé y Seix Barral.

viernes, 2 de enero de 2009

¿Qué leen los editores? Horacio Zabaljáuregui / Fondo de Cultura Económica



Hay lecturas por mero placer, las que están teñidas por un impulso sibarita que me acompaña desde la infancia y las lecturas profesionales, aquellas que se realizan pensando en un posible lector, en la pertinencia a un lugar en un catálogo (no soy excluyente, desde luego). Debería agregar las lecturas que suscitan la propia escritura y que se inscriben básicamente en las del primer tipo.
He leído recientemente y recomiendo con énfasis El Mar de John Banville editada por Anagrama (una vez más el mejor escritor de Inglaterra es un irlandés) y del mismo autor -aunque escritas con el seudónimo de Benjamin Black- El secreto de Christine y El otro nombre de Laura ambas publicadas por Alfaguara. El irlandés pertenece, junto a Corman McCarthy y Philiph Roth, a esa estirpe de escritores que concluida la lectura, nos deja en vilo y abre esa dimensión del “máximo posible de sabor” a la que alude Barthes en El placer del texto. Puedo agregar La mitad de la verdad, el libro que recoge la obra poética reunida de Irene Gruss y estoy leyendo Lejos de Tierra y otros poemas: la edición bilingüe de los poemas de Melville editadas por Bajo la luna que demuestra el aporte central de las editoriales independientes locales al escenario de los “demasiados libros”.
Siguiendo ese trazado sin ninguna pretensión de exhaustividad y a mano alzada, evoco el recorrido del caminante Sebald en los Anillos de Saturno (Debate) y su recuerdo de Conrad, lo que me lleva a El Corazón de las tinieblas (Centro Editor de América Latina), libro cuya lectura demorada evita la conclusión y ralenta el disfrute. Fui uno más del club de enamorados de Madame Bovary y me deslumbré con Moby Dick, una de las novelas más originales que haya leído (un exorcismo marino, un compendio de metafísica y un tratado sobre la ballena entre otras cosas). En español la versión de Enrique Pezzoni es casi indispensable.
Las obras del maestro (así se llama la novela de Colm Toibin publicada por Edhasa que lo tiene como personaje, muy recomendable, por cierto –The master: retrato del novelista adulto–) de la novela moderna, el sutil tejedor de la ambigüedad y el punto de vista: Henry James. La lección del maestro, Los papeles de Aspern u Otra vuelta de tuerca.
Pálido fuego, Ada o el ardor y Lolita (podría agregar otras) son mis tres novelas preferidas de Vladimir Nabokov, otra fuente inagotable de disfrute literario.
Siguiendo con esta lista arbitraria: Las olas de Virginia Woolf y La muerte de Virgilio de H. Broch dos muestras de que lo poético alcanza momentos culminantes también en la novela. La “saga Duras” del delta del Ganges, la mendiga, el vicecónsul y Anne Marie Stretter. (El arrebato de Lol V. Stein, El vicecónsul editado por Tusquets e India Song por el Cuenco de Plata. A partir del libro Duras filmó la película, morosa e hipnótica de la que durante un tiempo escuché insistentemente la melancólica melodía que el argentino Carlos D’alessio compuso para el film).
Continúa la sucesión de highlits de libros que dejaron huella: Luz de agosto de W. Faulkner (no abundaré en el “continente Faulkner” pero hay mucho más), Viaje al fin de la noche de Céline. El capitulo ocho del Ulises de Joyce que se corresponde con el episodio de los lestrigones en la Odisea o el de las rocas errantes. Los finales de el muerto en Dublineses del irlandés y el de Bartleby de Melville. El largo Adiós de Chandler, una novela mayor. Beckett y su lucidez terminal (Molloy, Malone muere o El innombrable o las piezas cortas que Tusquets reunió en el volumen llamado Pavesas).
Onetti siempre y desde siempre: La vida breve me parece la mejor novela escrita en español que haya leído pero también Para una tumba sin nombre, Dejemos hablar al viento o El astillero. Los detectives salvajes de Roberto Bolaño que es la novela emblemática para los que pasamos el medio siglo de vida y fuimos jóvenes en los 70 e hicimos la política y la literatura con la misma pasión, como tribus en el exilio o en los sótanos.
Me doy cuenta de que a esta altura no he citado libros que suscitaron la escritura ni obras de poetas a pesar de que escribo poesía. Otra vez por evocación automática, sin repetir y sin soplar: La tierra baldía de T.S. Eliot, la antología de poesía surrealista compilada por Aldo Pellegrini (allí Licantropía contemporánea de Luis Aragón), Un golpe de dados de Mallarmé, Tabaquería de Fernando Pessoa, para Tabucchi el poema más grande del siglo XX. Los Poemas Humanos de César Vallejo, Monumento al mar de Vicente Huidobro, El tango del viudo en Residencia en la tierra, Las flores del mal de Baudelaire, Con esta boca en este mundo de Olga Orozco. Quedará para otra vuelta un recuento de lecturas memorables de poemas y poetas (amén que suscitadoras también; no faltará oportunidad, como diría mi tía).
Libros que han disparado la escritura: El espacio literario de Maurice Blanchot, editado por Paidós, El Alma romántica y el sueño de A. Beguin del Fondo de Cultura Económica y Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes de Siglo XXI.
Respecto de mi interés por los libros, para no hacer arqueología, destacaré dos editoriales que me formaron como lector: Robin Hood y el Centro Editor de América Latina. Este último a través de Capítulo. La colección de literatura argentina primero y después la universal me hicieron de muy joven, un lector adulto. Es mi deuda como lector con el gran Boris Spivacow. Así pasé de Salgari o Príncipe y Mendigo a Las babas del diablo de Cortázar o Las ruinas circulares y más tarde al Viaje al fin de la noche de Celine (en dos tomos) o El corazón es un cazador solitario de Carson McCullers. Las ediciones eran de una precariedad tal vez excesiva pero para mi entusiasmo y fervor juvenil la rusticidad del soporte era soportable.
Con respecto a los libros que edité, destaco dos. Uno lleva la marca de la adrenalina editorial: La biografía de Lacan. Esbozo de una vida de E. Roudinesco, que Alejandro Katz, por entonces director del Fondo en Argentina, trajo de Frankfurt en 1993 y por la que tenía que hacer una oferta importante para América Latina (Anagrama tenía los derechos para España). Recuerdo que leí el ejemplar editado por Fayard y vi que era un libro que no se podía perder por lo que insistí en la necesidad de subir la apuesta para su contratación. Afortunadamente, se consiguió y el libro fue un éxito. En 1994 la autora viajó a la Argentina y objetó con vehemencia la tapa en que aparecía una foto de Lacan, joven, con el torso desnudo, fumando un puro. Era una portada, según decía “de revista del corazón“. Finalmente, después de una intensa actividad en Buenos Aires, se zanjó la polémica bailando tango en el club Almagro.
El otro es Relámpagos de lo invisible, la antología de Olga Orozco que compilé para el Fondo. Olga decía que no tenía mucha obra y que no quería hacer un libro demasiado voluminoso. Finalmente nos sentamos frente a frente y comenzó un regateo: ella desvalorizaba algunos poemas y quería convencerme de que era mejor no incluirlos y yo le decía que no estaba dispuesto a dejarlos afuera. La situación era muy graciosa. Olga era una persona de un humor increíble. Con ese libro no sólo tuve el privilegio de reunir parte de la obra de una poeta que admiro, sino también de hacer una amiga entrañable.
En lo que hace al papel del editor, adhiero a la idea que esboza el gran escritor y editor italiano, Roberto Calasso, quien en su artículo "La edición como género literario" destaca que el arte de editar libros podría ser considerado como “la capacidad de dar forma a una pluralidad de libros como si fueran los capítulos de un único libro”. Atendiendo de manera cuidada a la presentación y también, por supuesto, a cómo ese libro puede ser vendido al mayor número de lectores posibles. Calasso toma como ejemplos a un editor italiano del siglo XVI, Aldo Manuzio quien fue un adelantado en el metier editorial (en 1502 editó a Sófocles en un formato pequeño, lo que constituye el primer libro de bolsillo de la historia) y a Kurt Wolff que creó una pequeña editorial en la primera década del siglo XX que albergó en su catálogo a promesas de entonces como Franz Kafka, Georg Trakl, Robert Walser y a Else Laske-Schuler.
La edición como una forma de bricolage dice Calasso (el concepto es de Levi- Strauss quien lo utilizó para definir la creación de los mitos): “traten de imaginar una editorial como un único texto formado no sólo de la suma de todos los libros que ha publicado, sino también de todos sus otros elementos constitutivos, como las portadas, las solapas, la publicidad, la cantidad de copias impresas o vendidas, o las diversas ediciones en las que el mismo texto ha sido presentado.”
Respecto del panorama editorial creo que lo más destacado desde hace unos años es la aparición de las editoriales independientes. Destaco la labor en México de El Tucán de Virginia, Aldus, ediciones El Milagro, Sexto Piso, del Umbral y por supuesto en nuestro país, aquellos sellos editoriales que siguen ofreciendo en ficción y ensayo apuestas interesantísimas: Paradiso, Mansalva, Bajo la Luna, Santiago Arcos, Interzona, Beatriz Viterbo, Caja Negra, Cactus, Ediciones en Danza, Ediciones del Dock, Argonauta entre otras y las recientemente desembarcadas pero ya con títulos de buena recepción por parte de la crítica y el público, Eterna Cadencia y La Bestia Equilátera.
En el 2009 el Fondo presentará un programa muy atractivo. Publicaremos:
El fin de la excepción humana de J.M. Schaeffer. Un ensayo polémico y original, sólidamente documentado y estupendamente escrito, en el que su autor desmonta esta tesis que recorta al hombre de su entorno y ha sostenido a las ciencias humanas y sociales al costo de no poder articular una imagen integrada del hombre que conjugue las ciencias de la cultura y los otros saberes que conciernen al ser humano.
El gusano que tomaba al caracol como taxi y otras historias naturales de Jean Deutsch. En la tradición de Bouffon o Gould, este libro revela de manera pintoresca y amena, la aventura en el pensamiento científico contemporáneo.
Las últimas crónicas de Roberto Arlt escritas en el diario El Mundo entre 1937 y 1942. Estas crónicas permanecían inéditas como libro. Son escritos que recogen sus impresiones del comienzo de la segunda guerra mundial y el ascenso del nazismo, así como aspectos de la vida nacional, la literatura y el arte. Las crónicas estarán acompañadas por un prólogo de Ricardo Piglia.
Pequeño panteón portátil de Alain Badiou. Este libro recoge las semblanzas del pensador francés de aquellos colegas que más allá del disenso que marcó la relación con algunos de ellos, constituyeron un modelo de intelectual genuino que se diferencian de la filosofía actual poblada de impostores y figuras mediáticas. El autor evoca, entre otros, a Sartre, Lacan, Canguilhem, Deleuze, Derrida, Althusser y Foucault.
La negociación de la intimidad de Viviana Zelizer. Esta obra es la primera editada de esta importante socióloga, una argentina que enseña en Princeton, especialista en sociología económica. En ella realiza un abordaje lúcido y preciso para analizar de qué modo desplegamos una actividad económica cuando creamos, mantenemos y renegociamos vínculos íntimos con otras personas.
"Il filo e le tracce. Vero, falso, finto" de Carlo Guinzburg. El autor de El queso y los gusanos realiza en este libro una reflexión sobre la tarea del historiador y la cambiante relación que existe entre la verdad histórica, la ficción y la mentira.
Además están programados una biografía de Trotski de J.J. Marie, un nuevo seminario de Foucault que lleva por título El gobierno de si y de los otros. Un libro de Esteban Buch sobre Schonberg y el nacimiento de la vanguardia musical. Un libro de Francois Dosse, Biografía cruzada Deleuze-Guattari que despliega la importante obra conjunta de ambos pensadores pero también su producción individual a la vez que constituye un fresco muy atractivo de la intensa actividad intelectual desarrollada en torno al mayo del 68.
Horacio Zabaljáuregui estudió Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Desde 1977 está vinculado al sector editorial donde ha desempeñado tareas en librerías y editoriales entre las que se cuentan Alianza Editorial, Siglo XXI, Tusquets y desde 1993 en Fondo de Cultura Económica donde tiene a su cargo el área comercial y ha participado en la realización de varios proyectos editoriales. Desde el 2006 viene desempeñando también las funciones de editor en la filial Argentina de esta editorial.
Entre 1993 y 1998 fue ayudante en la cátedra de Introducción Editorial en la carrera de Edición en la Facultad de Filosofía y Letras.
Desde 1979 hasta 1999 fue miembro del Consejo de Redacción de la revista de poesía Ultimo Reino. Su libro Fragmentos Órficos obtuvo una de las dos menciones del concurso Coca-Cola en las artes y las ciencias en 1980. En 1992, fue jurado junto a Leónidas Lamborghini, Joaquín Giannuzzi, Irene Gruss y Jorge Aulicino del 1º Gran Premio de Poesía V Centenario organizado por el Honorable Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires y en el 2007 miembro del jurado del concurso de poesía del Fondo Nacional de las Artes.
Dictó un curso sobre la obra de Olga Orozco en el marco de las actividades culturales de la Feria del libro del 2006.
Ha participado en varias antologías y colaborado con distintos medios de prensa y revistas culturales.
Libros publicados: Fragmentos Orficos, Ediciones Ultimo Reino (1989); Fondo Blanco, Ediciones Ultimo Reino (1990), La última estación del mundo, Bajo la luna (2001) y Querella, Bajo la luna (2006).
 
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