miércoles, 3 de diciembre de 2008

¿Qué leen los editores? Paula Pérez Alonso / Editorial Planeta



Paula Pérez Alonso estudió periodismo y letras en Buenos Aires y Londres. Trabajó en la producción de programas de radio y televisión. Actualmente es editora de ficción y no ficción en Editorial Planeta. En 1983 publicó en colaboración un libro de cuentos, Hecho en taller. Su primera novela No sé si casarme o comprarme un perro (1995) fue un éxito de ventas y crítica en América Latina y España. En 2001 publicó El agua en el agua (Seix Barral) y El mundo de la edición de libros (Paidós, en colaboración). En octubre 2008 publicó Frágil, su tercera novela (Seix Barral).




Recomiendo la lectura de Guerra y paz de Tolstoi; todo Stendhal, especialmente La cartuja de Parma, Rojo y negro, sus diarios; Paul Valéry; Chejov y Carver; El amante de Marguerite Duras; la Odisea de Homero; Shakespeare (las ediciones de Norma cuyas traducciones estuvieron supervisadas por Marcelo Cohen son excelentes); El nacimiento de la tragedia de Nietzsche; Kafka; Borges; Hemingway para todo aquel que quiera escribir ficción; El gran Gatsby de Fitzgerald, como una de las novelas más perfectas; las novelas y los Nueve cuentos de Salinger; y entre los actuales a Sebald, especialmente Austerlitz; John Berger, tanto sus novelas como sus ensayos; John Banville, especialmente El mar; Elizabeth Costello de Coetzee; La posibilidad de una isla de Michel Houllebecq y Mal de escuela de Daniel Pennac, entre los franceses contemporáneos; los ensayos de Alessandro Baricco y su novela Seda; y dos escritoras que me impactaron muchísimo: Helen De Witt, una escritora formada en lenguas clásicas que en 2001 publicó una primera novela de 500 páginas que se llama The Last Samurai (que está en castellano y tiene su referente inmediato en la película de Kurosawa Los ocho samurai), es una genialidad, absolutamente excéntrica, y desde entonces no ha vuelto a publicar porque encuentra que lo que escribe no está a la altura de su primera novela; y Agota Kristoff en sus tres novelas cortas reunidas en un volumen por El Aleph llamado Klaus y Lucas (después de leerla es difícil encontrar algo que me cause tanto interés e impresión). Entre los argentinos nuevos, me sorprendieron Samanta Schweblin, Félix Bruzzone con Los topos, Hernán Ronzino con La descomposición y Matías Capelli con Frío en Alaska. Los libros que uno recomienda son aquellos que nos han causado una impresión imborrable, nos han modificado: una no es la misma después de haberlos leído, han sido una verdadera experiencia. También recomiendo El placer del texto, Fragmentos de un discurso amoroso, La preparación de la novela, La cámara lúcida de Roland Barthes; El extranjero y Los demonios de Albert Camus; los cuentos de Maupassant; y En busca del tiempo perdido, un libro que se debe revisitar cada tanto, por la increíble capacidad para cobijarnos en su tono y lenguaje y de atravesarnos con su agudeza única para hablar del amor.



Empecé a trabajar en el mundo editorial en 1990, cuando Juan Forn me convocó a Editorial Planeta. En 1989, Alejandro Manara y yo habíamos organizado un “Encuentro de editores” en Buenos Aires, al que invitamos a los editores de habla anglosajona de las más importantes editoriales que habían publicado a escritores argentinos. Los habíamos convocado para discutir sobre el rol del editor (en la acepción que le dan los anglosajones) y sobre la traducción. También participó Jorge Herralde, editor de Anagrama. Fue una discusión muy interesante porque en ese momento las editoriales argentinas y españolas no contaban con este tipo de editores (los libros recibían solo dos correcciones de estilo antes de ir a la imprenta), con la excepción de Juan Forn, que había trabajado hasta entonces en Emecé y en ese año pasó a Planeta como Director Editorial.



Un editor es quien trabaja con el autor en una idea o proyecto o durante el proceso de escritura de un libro o cuando éste ya está terminado. La mirada de un editor ayuda a ver lo que un autor no alcanza a ver en su texto porque no tiene la objetividad y la distancia crítica necesarias. Un buen editor no debe ser intrusivo sino entender lo que el autor quiere y ayudarlo a ajustar el texto para que alcance su máximo potencial y que logre ser –o que se acerque lo máximo posible a– lo que el autor se propuso. Puede ser necesario intervenir en la trama o la historia, en la estructura, la voz narrativa, el tono, el lenguaje, el registro de los diálogos, la construcción de los personajes, el exceso de información o su contrario, en el final o en el principio, en los desequilibrios no deseados que puede tener un texto, momentos altos o bajos. El trabajo del editor es el de un camaleón: no debe jamás influir para que el libro sea como a él le gustaría sino que debe mimetizarse con la forma y la impronta del escritor para hacer sus sugerencias. Y debe ser invisible: su intervención debe reflejarse en los logros ajenos. Se establece un diálogo entre editor y autor no exento de tensión porque en general a los autores nos gustaría que aquello que entregamos sea definitivo o inmejorable, pero obviamente esto es así en contadas excepciones (yo como escritora he pasado por la experiencia de revisar mis libros con varios editores y lo agradezco mucho, fue grato). Entonces el editor intenta persuadirlo con la elocuencia suficiente de que los cambios que propone optimizarán el texto y el autor se resiste a dejarse convencer fácilmente. Por supuesto que siempre la última palabra la tiene el autor, él es quien decide lo que “le suena” y lo que acepta o rechaza. Muchas veces los escritores noveles son a quienes más les cuesta considerar un cambio.



En cuanto a qué publicar, como editor uno siempre tiene que estar atento a aquel que tiene una voz propia, esto tal vez no garantice siempre las grandes ventas pero nunca nos arrepentiremos de haberlo publicado, nos dará orgullo tenerlo en nuestro catálogo. Cuando uno busca libros que se vendan, tanto en ficción como en no ficción, tiene que estar atento para captar algo que está en el aire y que nadie ha plasmado todavía en forma libro. Fue el caso de los libros de investigación periodística que publicábamos con entusiasmo y emoción en los primeros 90 y en los que Planeta con su colección Espejo de la Argentina fue pionera, o el de las novelas históricas a fines de esa década o la divulgación histórica después, con Félix Luna, Pacho O’Donnell y Felipe Pigna. Y ahora se da con algunos libros de autoayuda / espiritualidad. Es el público masivo el que instala una temática y eso en general va de la mano de cierta “utilidad” que espera de un libro.



Mi proyecto editorial es el de los libros de crónica en la línea del “nuevo periodismo”: un aspecto de la realidad contado de la mejor manera posible, con una fuerte apuesta a la escritura. Puede tratarse desde los carteles del narcotráfico o los Golden boys que desde Wall Street influyen en los destinos de los países emergentes hasta la obsesión por la carne en la Argentina. Lanzamos una colección de Crónicas Planeta / Seix Barral donde hemos publicado una serie de libros que investigan un tema de manera exhaustiva, dan información objetiva pero que se leen como una buena novela. La crónica capta el pulso de la época, es la literatura de la realidad, en el borde entre la ficción y la no ficción que permite dar cuenta del nuestra época en sus múltiples facetas, una descripción del mundo, un fragmento, un recorte. Cuenta un hecho real con todos los recursos de la ficción. Recibió su inspiración en los grandes textos de Sarmiento, José Martí, Rubén Darío, Capote, Norman Mailer, Roberto Arlt, Rodolfo Walsh: se reúnen en la crónica la mirada aguda y lúcida del periodista y la imaginación y la creatividad del gran narrador; se trata de mirar con nuevos ojos. Es un género para los curiosos, aquellos que están interesados en conocer el mundo, el más lejano y el más próximo.

jueves, 9 de octubre de 2008

Editores: Fernando Fagnani / Editorial Edhasa


1. ¿Cuándo y cómo se interesó Ud. por la literatura, esto es, por leer, escribir y editar libros?

Por la literatura, por leer y escribir, en la adolescencia. Tenía un tío librero, y su librería funcionaba para mí como una biblioteca circulante, de la que sacaba libros cada semana. La idea de editar llegó mucho después, y casi por casualidad. Me había cansado de trabajar para suplementos culturales y leer para editoriales (es lo que hacía hace más de diez años), y entré a trabajar en Grupo Editorial Norma en el área de prensa. Un año después, estaba editando.

2. ¿Recuerda Ud. el primer libro que editó?

Creo que el primero fue Política y poder en el gobierno de Menem de Marcos Novaro y Vicente Palermo. No estoy seguro, pero en todo caso me gustaría que ese haya sido el primero. Es un gran libro.

3. ¿Cómo nace el presente proyecto editorial? ¿Cuáles son sus objetivos? ¿Qué formación tienen sus creadores?

Edhasa es una editorial que tiene más de sesenta años. Hasta mediados de la década del noventa, casi no circulaba en Argentina. Esto se explica porque es de los dueños originales de editorial Sudamericana. Cuando Sudamericana se vende al Grupo Bertelsmann, los libros de Edhasa llegan a las librerías argentinas a través de un distribuidor. Y unos años más tarde, a mediados de 2003, cuando lo peor de la crisis ya había pasado, se decide poner una sucursal en Argentina. Yo estoy ahí desde ese momento, junto con Jaime Rodrigué, que había sido durante años Gerente General de Sudamericana, y que es uno de los dueños. Y a principios de 2006 se incorpora Gloria Rodrigué (también accionista de la editorial), que hasta unos meses antes, era directora editorial de Sudamericana.

4. En su opinión, ¿cuál es el rol del editor?

El rol de un editor es identificar los libros valiosos de cada momento y trabajar para que esos libros encuentren sus lectores, y su espacio en la sociedad. La acumulación de esos libros, si fueron elegidos con criterio, claro, da forma a un catálogo. Que es algo que se materializa y se hace evidente tras varios años, pero que el editor tiene que tener claro desde el primer día. La coherencia, y no sólo la deseable calidad de ese catálogo, es lo que termina dando un perfil a una editorial y la convierte en un sello.

5. ¿Cuál es su balance sobre la experiencia de la editorial hasta ahora?

Es más importante lo que se aprende cada día, con cada libro y cada autor, que lo que se sabe. Porque aunque haya géneros y tipos de libros muy específicos, el funcionamiento de cada uno de ellos rara vez se parece a otro. La recepción de un texto puede cambiar en el lapso de cuatro o cinco meses, o de menos tiempo aún. Y para esto la experiencia es relativa. Con cada libro se empieza de nuevo, y esta es una de las cosas más interesantes del trabajo como editor.

6. ¿Qué opina Ud. del panorama editorial hispanoamericano?

El mercado español no ha cambiado tanto en los últimos años. Hay más editoriales, pero esta es una tendencia que tiene casi una década. Que puede detenerse ahora, porque la economía no está tan bien como en 2006 o en 2005. Y no promete reverdecer en 2009 o 2010. Respecto a América Latina, la situación es más interesante. Hay más (y mejores) editoriales chicas, y si bien la lucha por mantenerlas a flote es ardua (como es ardua cualquier empresa cultural en la región) es seguro que algunas van a permanecer y mejorar y ser más grandes con el tiempo. Esto era algo necesario, indispensable, porque la agenda de temas y los saberes de cada país de América Latina es muy distinta de la española (y de la europea, vista en su conjunto).

7. ¿Podría Ud. adelantar algo con respecto a las próximas novedades editoriales?

En 2009 vamos a empezar a publicar una nueva colección de ensayos breves, sobre «Temas del Siglo XX», dirigida por Juan Suriano. Además vamos a editar la primera novela de Leonard Cohen, El juego favorito, el nuevo libro de Alejandro Horowicz, la segunda novela de Milena Agus y una excelente biografía de Astor Piazzolla escrita por Diego Fisherman y Abel Gilbert. Y en el conjunto, vamos a tratar de seguir como hasta ahora: editando poco, pero bueno.

Fernando Fagnani se desempeña actualmente como Gerente General de Edhasa. Hizo sus primeras experiencias en el ámbito editorial como "lector" de originales para Sudamericana y Emecé. Luego se desempeñó como Jefe de Prensa; Director de Colección; Gerente de Producto y Editor en diversas empresas, entre ellas Grupo Editorial Norma y Editorial Sudamericana.

sábado, 23 de agosto de 2008

¿Qué leen los editores?: Alejandro Katz / Katz Editores


Cuando recibí la invitación de la Boutique del Libro para participar en el blog de la librería acepté la encomienda con entusiasmo y gratitud. Ahora, cuando debo hacerme cargo de cumplir el encargo, reconozco sin dificultad que no soy bueno para la tarea: no traigo, en mi acervo de lecturas, aquellos textos secretos que permiten hacer sentir a los otros que uno posee claves privadas para circular en el mundo de las letras, ni tengo lecturas recientes de aquellas que pueden ser consideradas como “descubrimientos” y hacen saber que uno está en la primera fila de los que combaten por las palabras novedosas. Entonces me pregunto, ¿cuál es el objeto de hacer lo único que me resulta posible, a saber, recomendar aquello que el consenso, el sentido común de la buena literatura, el canon más o menos sofisticado de una edad y de una geografía establecen como lo legible, o como lo que debe ser leído? Me gustaría poder conversar sobre algunos libros, más que recomendarlos, pero el teclado de mi computadora me recuerda que la conversación trae consigo los gestos, los movimientos enfáticos o desdeñosos de las manos, las muecas, las interjecciones, las interrupciones y, sobre todo, la palabra del otro, la sorpresa, la amabilidad, la diferencia.


Sin embargo, estoy obligado por la palabra dada. Más obligado aun porque, al percibir la dificultad de la tarea que había aceptado, fui posponiendo su cumplimiento, lo cual acrecentó cada día la deuda, hasta hacer imposible volver atrás en el compromiso. Aquí estoy, por tanto, mirando de soslayo la biblioteca para ver cual de los idiomas, de los géneros, de las épocas, de los autores me invita a hablar de él antes que de los otros. Tres nombres aparecen, diversos, desiguales, extraños. Montaigne, que ha regresado a mí en ocasión de la publicación de una nueva edición –y es, ya, la tercera- de sus ensayos en la biblioteca de La Pléiade, de Gallimard– edición que no tengo, pero que ha provocado ecos que replican en la edición que El Acantilado hizo de los ensayos completos, y ésta sí que la tengo, y que repercuten, a su vez, en los tres tomos de la edición de Classiques Garnier, de 1958 (¡y están cumpliendo medio siglo, estos tomitos!) en los que descubrí a Montaigne y que me acompañan desde hace más años de los que mi memoria me permite registro, porque llegaron a mí desde antes de ser míos.


Valéry también se hace presente, por caminos no menos curiosos: hace algunos años, cuando todavía dirigía el Fondo de Cultura Económica en Argentina, y era a su vez editor de ensayo para el conjunto de la editorial mexicana, comencé una tarea de edición (reedición, en algún caso) de las obras de Karl Löwith. Fue así como, en el Fondo, se publicó el libro que incluye el ensayo de Löwith sobre Heidegger, y como, ya en Katz Editores, publicamos primero Historia del mundo y salvación y, luego, una nueva edición de la versión clásica, originalmente publicada por Sudamericana en los tempranos años sesenta, de De Hegel a Nietzsche. Ese trabajo con la obra de Löwith me llevó a su obra sobre Paul Valéry, una obra de la cual él mismo, Löwith, dijo que era su “testamento intelectual”, y en cuya traducción comenzamos a trabajar en la editorial hace ya tiempo. Pero, naturalmente, eso trajo a Valéry a la luz, una vez más, y me acercó nuevamente a sus Variété, a sus Regards sur le monde actuel (ambos en las ediciones, ya casi destruidas, de la NRF, de 1939 aquella, de 1955 ésta), y a la edición, bella como lo son siempre las de esa casa editorial, de los Cuadernos, publicados por Galaxia Gutenberg en 2007, con prólogo de Andrés Sánchez Robayna.


Por último, el tercer nombre del que no querría, hoy, prescindir, es el de Sebald. Pienso en Sebald con emoción, con la emoción que me produjo abrir la primera página del primero de los libros suyos que he leído y encontrar allí una respiración: no es habitual oír respirar a un escritor, sentir que su respiración está en su prosa, y que en ella se expresan los ritmos de un organismo que es a la vez cerebral y emocional, físico y etéreo, fuerte y –como desgraciadamente lo supimos no mucho después– tan frágil que dejó, simplemente, de ser.
Me pregunto qué significan estos nombres, a la vez tan diversos, a la vez tan próximos, tan previsibles, y se me ocurre que no son más que aspiraciones: la aspiración de Montaigne a un conocimiento orientado a la sabiduría, a la inteligencia filosa, cortante, implacable de Valéry, al desgarrado equilibrio (quiero repetir la fórmula, para oírla mejor: desgarrado equilibrio) de Sebald. Quizá -y al decir quizá subrayo que lo que sigue no aspira ni siquiera a la categoría de hipótesis-, quizá haya allí uno de los posibles sentidos de los libros y de la lectura: un sentido propiciatorio, un sentido órfico, un modo de hacer que el conocimiento, el conocimiento en el sentido de Valéry, sea no el gesto admirativo del saber, sino, como en Montaigne, una práctica de vida, tal como uno puede imaginar que la ejerció, entre el pasado del idioma condenado y el destino del idioma ineludible, Sebald.

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Alejandro Katz nació en Buenos Aires, y residió durante siete años en México, donde se graduó de licenciado en Lengua y Literatura. Crítico, ensayista, traductor y editor, colaboró en suplementos y revistas culturales, principalmente en la Argentina, México, España y Colombia. Dirigió durante quince años el Fondo de Cultura Económica de la Argentina; fue Consejero de la Cámara Argentina del Libro y miembro ad honórem del Consejo de Cultura de la Nación, entre otras actividades. Desde el año 2006 dirige Katz Editores, un sello editorial con su nombre propio.
 
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