martes, 22 de mayo de 2012

Fotografías, por Belén Terrón




Fotografía IV


Adelita da seis –como si fueran mil- pasos atrás. No deja de mirar, ni siquiera pestañea. Cada músculo, vestido de piel curtida por el sol calchaquí, se tensa. Comprende la síntesis universal de la miseria, la que la aleja ahora de su carnavalito. Adelita encarna sin saberlo la pureza que se funde con paisaje. Desde siempre el jawa runa había explotado los dos.
Advirtió su propio recurso natural nueve pasos antes. Su claridad se definía a partir de la miseria del hombre malo. Ay Adelita, agitada se acuerda de uno versos: ‘viene el diablo blanco…’  Adelita sigue caminando sin dejar de mirar. Cree que la están corrompiendo y que su deber es tragarse ese ataque entero. Doce pasos más cerca del límite de su cerrito, donde el inti recorta el cielo, ya no distingue formas. Adelita se va apagando porque la sangre que recorre las arrugas de sus manos ya no corresponde al trabajo de todas las semanas. Es sangre blanca, es sangre sucia. Se le dibuja en la cara impermeable el tajo de agua que acostumbraba a soltar nada más por su pacha. Adelita se da vuelta y da tres pasos más. Respira y el aire andino penetra y purifica. Se suelta las trenzas negras. Se acomoda la pollera que el diablo le había robado un rato. A tata se lo llevaron, lo escondieron en el corazón del urqu. Desentierra su diablo y, en un grito que salpica aguardiente, rescata a todos sus hermanos. Adelita da un paso más.


Fotografía IX 
Anda ganoso de franela y pelea. Pero sin minas en el bulo, ni falopa, ni facón la noche se le pinta compadrita y fanfarrona. -¡Qué hablás barullero! Calla al pibe de la pieza de al lado y escucha la bandola tristona por la radio y la garúa que golpea en la chapa oxidada y los zapatos lustrados para el baile que nunca va a ser acercándose a la baranda. Bocanada de angustia, farolito que se apaga. El Doque se le planta espejo y entonces se asoma de a poquito al abismo de caserones a la hora de la siesta, putas cansadas, berretines saltando la rayuela. Espera que alguien lo salve. Nada. Entonces muerde un pucho y el fósforo lo encandila sin quemar el tabaco. -'¡Ta Madre! Están húmedos... 

 Fotografía VIII 
La dueña del sol despierto es Catarina Da Seis. Se lo ganó casada con la miseria. El arroz de una semana, los condimentos de tres meses: feijoada todos los días. Catarina Da Seis recorre cada rua coleccionando esclavos del amor anónimo y el Pelourinho se le desdibuja entre la luna negrera, gastada de verla tantas noches. Ella, indigna de Amado y su cravo e canela, burguesa en su pobreza -poética para os boêmios desvelados. Catarina Da Seis recuerda: "Era sua livre hora de passeio, como gostava! De atravessar sob o sol, a marmita na mão. De andar entre as mesas, de ouvir as palavras..." y hace resonancia en su cuerpo ultrajado: "...de sentir os olhos carregados de intenções...". Las miradas deseosas que la corrompieron de a poco le empapan la cara. Se desespera, se da asco. Amanece y Catarina Da Seis se deja ser pura hasta que venga la noche.   
 
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