sábado, 11 de mayo de 2013

Mario Levrero

Jorge Mario Varlotta Levrero fue, a la vez, Jorge Varlotta y Mario Levrero ¿Seudónimos, heterónimos? No es posible hablar en esos términos cuando se trata de la misma persona. Lo que pasó con Jorge, o Mario, o Levrero (no nos compliquemos con cuestiones espinosas como el concepto de “autor”) fue producto de su quehacer profesional.

Fuente: Ximenez, blog de Eduardo Abel Gimenez

Levrero, sigamos con Levrero mejor, se “hizo a sí mismo”. Pero no en el sentido del hombre autorrealizado (el exitoso emprendedor a lo Henry Ford). Él sufrió las dificultades de “convertirse en escritor”, una vocación difícil cuando no se parte de una posición al menos relativamente cómoda. Podríamos decir que Jorge era un buscavidas. Fue librero, fotógrafo, autor de parapsicología, editor de una revista de entretenimientos (componía palabras cruzadas y juegos), publicista, y llegó a dirigir en Montevideo un taller de literatura. Entretanto, como Varlotta jugaba con los géneros populares en una especie de sátira ligera, y como Levrero escribía, desde cierta dificultad, cierta agonía e inseguridad creativa, una literatura íntima; ambos en una clave propia y distinta.

Cuando leemos sus novelas y relatos de ficción nos enfrentamos con un material que está fuera de cualquier género. Relatos de sueños, sueños legibles, terriblemente legibles. Algunos son pura atmósfera, otros un entretejido complejo de símbolos sutiles. La escritura de Levrero es una de las posibilidades de narrar una interioridad rica, y lo hace sin egolatría. En sus novelas por comodidad, esas donde todo lo que haya entre tapa y tapa se sospecha novela, desde “El Discurso Vacío” hasta la póstuma “La Novela Luminosa” el mundo del relato onírico y el registro autobiográfico superponen de manera magistral.

Fuente: blog Rincón de Oesido

En su obra encontramos frecuentemente un narrador perdido en el escenario de sus sueños. Nos deja entrever la precariedad del decorado, las sombras de los entretelones, la trastienda. Nos enfrentamos con el mundo de la fantasía, los deseos crudos, la realidad del inconsciente donde lo más propio aparece tan extraño y ajeno. Los protagonistas son despojados de todas sus pertenencias, hasta de su propio ser. Y nosotros presenciamos todo eso, entre la fascinación y el terror, con la intuición de que quizás nosotros tampoco seamos dueños de nada, ni de nosotros mismos.

Gabriel Falcone
 
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