domingo, 6 de febrero de 2011

Nuestras reseñas



Pinamar

Hernan Vanoli

(Interzona, 2010)

138 pags.


Vamos a la playa

Finalmente llegaron las vacaciones; tiempo para descansar, despejarse y reagrupar fuerzas ante un nuevo año que se nos abalanza. ¿Que mejor para estas ligeras jornadas de ocio que una buena literatura de playa? Claro, no a todos les llegaron las vacaciones, algunos deben quedarse y seguir transitando día a día el asfalto incandescente de la capital en la hora pico de sol con 40 grados de sensación térmica solo para llegar a su cubículo, entonces ¿que mejor también para estas abrumadoras peregrinaciones urbanas que una escueta dosis de literatura con un titulo sugerente? Hurgando un poquito, de entre las nuevas editoriales pequeñas de autores contemporáneos hallé una novela ideal tanto como para amenizar bajo una sombrilla como para comparecer en el subterráneo: Pinamar (Interzona, 2010).

Esta ultima novela de Hernán Vanoli es un relato fragmentado (al mejor estilo “El museo de la revolución” de Kohan) en primera persona, que transcurre en dos ámbitos paralelos, el presente del protagonista por un lado y la redacción –en un tiempo anterior- de un diario que este le escribe a su hermano en España, por otro. Ambos planos tienen un punto de contacto, la mirada sectaria, antipopular, prejuiciosa y alienada del protagonista que oficia de joven exponente de clase media alta porteña, en una clave entre irónica y burlesca de un autor que raya por su lucidez.

En Pinamar hay de todo; acción, estilo, intensidad, y sexo, inscrito en el realismo vertiginoso de lo que se denomina “nueva narrativa Argentina”. El estilo es ágil, directo, conciso, a veces apresurado, con escasos adornos lingüísticos y casi sin adjetivos. La temática de corte sociológica monta un eje político que se inserta en el contexto de la crisis del 2001 con elementos futuristas (hechos recientes) y giros argumentales inesperados que rozan lo bizarro cuando no impactan violentamente en la incomodidad sutil unas veces o en el liso y llano bochorno en otras. Pero nunca mejor, cumple su función ineludible y lo hace con singular altura: entretiene como pocas.

Antes de concluir, hay dos elementos para destacar que nada opacan el nervio de la obra pero vale la pena mencionar. Uno de tipo argumental, la lectura del “Argentinazo” (o sea un posicionamiento del relato) desde el análisis que se le puede hacer una década después, y si bien es lo que tiene de sustancioso (y actual) en el realismo en el que se inscribe, también es lo que tiene de inverosímil. Y el segundo, completamente subjetivo –mejor dicho, aun más completamente subjetivo-, es que el componente fantástico que aflora hacia el desenlace (como en “La transformación de Rosendo” de Ricardo Strafacce, con mismo transfondo) corre pura y exclusivamente en función de la picardía y del oficio de entretener; elude en este caso –intencionalmente creo- el desenlace como manifestación superadora. Pinamar es la síntesis de los que reinventan el concepto de “literatura de playa” o este verano entre la pelota, la paleta, el bronceador, los molinetes, las combinaciones y las escaleras están para otra cosa.

Manuel J. Pintos

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