jueves, 14 de octubre de 2010

Nuestras reseñas

Contra el cambio

Martín Caparrós

Anagrama, 2010.

278 pags.


Pareciera no haber respiro. No bien se agotaba una amenaza y empezábamos a acostumbrarnos al alivio moral por la unificación global en un sistema único -digo fin del mundo fríamente disputado al borde del la inhumación nuclear- que todos juntos, ni lerdos ni perezosos, ya estamos nuevamente amenazados al borde de otro colapso inminente. No el Y2k, uno casi tan complejo: el cambio climático.

Exuberantes montos de dólares invierten las grandes potencias a través de proyectos en señal de preocupación, organismos internacionales movilizan sus solidarias huestes, celebridades de todos los fustes donan sumas de sensibilidad y un micro universo de Oenegés surgió para que con su aporte este mundo esté un poco menos mal, o no tan peor. Siempre hablando en términos del clima, claro, no tanto en los del hambre y la pobreza. De lo que podemos estar definitivamente seguros es de una cosa, nadie quiere el cambio.

"Contra el cambio" (Anagrama, 2010) sugiere una mirada que lleva sello de autor, casi en desuso; provocadoramente honesta por costumbre; enemiga de las medias tintas y ajena a lo "ecológicamente" correcto. Un raíd periodístico hacia los confines del impacto climático en busca de algo más que un testimonio periodístico, tal vez una confidencia. ¿Quienes son los que se benefician en todo esto? Dando por sentado que las suposiciones son ciertas, los hay.

Entre reflexiones cernidas en una lente política e histórica, Caparrós arroja luz a una cierta verdad, ni categórica ni absoluta, tan solo posible. Como quien no descarta la sospecha de que junto a la carbonífera huella de la humanidad, detrás de lo que podría ser una tendencia climática natural -aunque todavía usemos el potencial para establecer certezas científicas de este tipo- el vuelco manifiesto hacia lo ecológico impulsado por los gobiernos y las variopintas compañías que se enriquecen en desmedro de ella, difícilmente no abrigue bajo buenas intenciones el mismo espíritu motor de beneficio por el cual se rigen, es decir el que nos trajo hasta acá. Sea mantener obstaculizado el desarrollo industrial de países emergentes o subdesarrollados (como futuras fuentes de recursos limpios), sea especular un cambio en el modelo energético solo en pos de alterar ciertas relaciones geopolíticas o amasar fortunas en el mercado de bonos de carbón; no hablamos precisamente de daños colaterales.

¿Llegó finalmente el día en que la ecología se convirtió en la forma más prestigiosa de conservadurismo? Sin embargo dentro de la óptica ecológica presente "el tinte de insatisfacción por el estado actual de las cosas -capitalismo despiadado, grandes corporaciones- es tan ligero que puede ser compartido hasta por los capitalistas despiadados y las grandes corporaciones", "una causa tan unificadora que puede ser enarbolada por una joven nigeriana que cocina a leña (...) tanto como por la Banca Morgan", afirma el autor.

El panorama a largo plazo luce un tanto nebuloso. En los términos en los que se bosqueja hoy el progreso de la humanidad el futuro es un convidado de piedra, el establishment pintado de verde rejuvenece su imagen con flamante epíteto exonerador: ecológico, mientras los jóvenes - eternos agente de cambio- pueden sentir por medio de las ONGs, que hacen algo por el mundo y al mismo tiempo por sí mismos, aunque más no sea "poner curitas en la hemorragia femoral". Es decir, incluso en la pelea por que nada cambie, y todo siga como está, hay que hacer cambios. Por lo menos cambiar la tendencia natural de las cosas a cambiar.

Manuel J. Pintos
Unicenter

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