Juro que no sé cómo
hicimos para llegar hasta acá. Nunca pensé que con la Boutique podíamos alcanzar
los treinta años de vida: la Boutique es mi relación más estable. No podría
trabajar de otra cosa. Aquí tengo a la
literatura, la música, la plástica y los amigos. Aquí está Sombra –la
dueña secreta de la librería- recorriendo los pasillos y dejándose
acariciar.
Pero la Boutique ya
no es mía. Después de treinta años, es algo que me trasciende. Es de los
clientes y de los que trabajan acá. De los corredores de libros y la gente del
bar. Y del barrio, y del croto de la cuadra, y de la gente que entra a
chusmear.
Empezamos con la
librería a media cuadra del local actual, en la esquina de Chacabuco y 9 de
julio. En 1995 nos mudamos a Chacabuco 459. Nos hacía falta más espacio porque
queríamos hacer más cosas; necesitábamos hacerlas. Con los libros llegaron los
escritores. Después de los escritores, los músicos, los fotógrafos, los
cineastas y los artistas plásticos. Ellos también son la Boutique. La tomaron
por asalto, en un asedio silencioso pero sin
pausa.
Quiero agradecer
(así, en primera persona) a mi barrio y a sus vecinos. Llevamos treinta años
atendiendo a abuelos, padres e hijos de una misma familia. Eso nos enorgullece.
El barrio es el que sostiene a la Boutique. El barrio no se elige. Te
toca.
La gente de San
Isidro está lejos del estereotipo propio del porteño. Es un lugar lleno de
talento. Desde la Boutique siempre le hicimos el aguante a los artistas locales.
Todos aquellos que llegaron con ideas, carteles, libros de ediciones propias,
Cds y arte para mostrar, lo saben.
También tenemos una
deuda enorme con las editoriales que nos sostuvieron durante tiempo, en una
forma de apoyo tácito pero fiel, prestándonos sus escritores. Hubo noches de
presentaciones de libros que no van a borrarse de la memoria de los que
estuvieron. Y maravillosos asados
con escritores. De la lista de invitados -que es enorme- vamos a nombrar solo a
algunos de los más entrañables: Gelman, Sabato, Maitena, Castillo, Gambaro,
Fontanarrosa, Saramago, Orozco, Benedetti, Montero, Bioy, Vázquez Montalbán y
Quino.
Cumplimos treinta
años de Boutique y treinta años de democracia. Empezamos junto con Alfonsín. Nos
gusta creer que somos hijos de nuestra época. Que representamos algo del
zeitgeist de la Argentina de estos años: la pasión por el debate y la
diferencia, la independencia como tarea. En estos años tratamos de que nadie nos
dijera lo que teníamos que pensar ni lo que teníamos que hacer. Esto nos costó
(nos va a seguir costando) muchos
amigos.
Más allá de nuestras
ideas, con nuestros invitados abrimos un abanico ideológico amplio. Estuvieron
Osvaldo Bayer, Marcos Aguinis, Miguel Bonasso, Félix Luna, Rodolfo Anguita,
Daniel Santoro, José Pablo Feinmann, Andrés Oppenheimer… y siguen las firmas.
Las izquierdas, las derechas y los centros tuvieron un lugar aquí. Con los años,
fuimos tomando nuestra posición. Pero nunca le regalamos este espacio a la
política: hicimos política, que es otra
cosa.
Nuestros libreros
siempre fueron gente joven. Hay excelentes libreros jóvenes. Muchos de los que
hoy están en el mundo del libro o del arte se formaron acá. Eso nos enorgullece.
Detestamos esa idea romántica del viejo librero que lucha contra el sistema. Los
libreros de culto siempre están por cerrar su librería, nunca pagan el alquiler
y quieren encajarle Gombrowicz a todo el
mundo.
La Boutique es como
el jazz: un desorden rigurosamente organizado. Tenemos la creencia de los
libros, que incluye a todas las religiones y a todos los ateísmos. Nunca dejamos
de reírnos: de los libros, de los escritores, de las modas, de nosotros mismos.
En estos treinta años aprendimos que sin risa no hay
supervivencia.
Brindemos juntos por
los buenos vinos compartidos. Por la pared escrachada y graffiteada, por las
largas charlas, por las bellas mujeres que pasaron por esta Boutique, por las
parejas que se formaron acá.
Por los años que van a
venir.
La pasamos bien juntos,
¿no?
Muchas
gracias.
Fernando Pérez
Morales
Junio de 2013