Fotografía
IV
Adelita da seis –como si fueran mil- pasos atrás. No deja de
mirar, ni siquiera pestañea. Cada músculo, vestido de piel curtida por el sol
calchaquí, se tensa. Comprende la síntesis universal de la miseria, la que la
aleja ahora de su carnavalito. Adelita encarna sin saberlo la pureza que se
funde con paisaje. Desde siempre el jawa
runa había explotado los dos.
Advirtió su propio recurso natural nueve pasos antes. Su claridad
se definía a partir de la miseria del hombre malo. Ay Adelita, agitada se
acuerda de uno versos: ‘viene el diablo
blanco…’ Adelita sigue caminando sin dejar de mirar. Cree que
la están corrompiendo y que su deber es tragarse ese ataque entero. Doce pasos
más cerca del límite de su cerrito, donde el inti
recorta el cielo, ya no distingue formas. Adelita se va apagando porque la
sangre que recorre las arrugas de sus manos ya no corresponde al trabajo de
todas las semanas. Es sangre blanca, es sangre sucia. Se le dibuja en la cara impermeable el tajo de agua que acostumbraba a soltar
nada más por su pacha.
Adelita se da vuelta y da tres pasos más. Respira y el aire andino penetra y
purifica. Se suelta las trenzas negras. Se acomoda la pollera que el diablo le
había robado un rato. A tata
se lo llevaron, lo escondieron en el corazón del urqu. Desentierra su diablo y, en un grito que salpica
aguardiente, rescata a todos sus hermanos. Adelita da un paso más.
Fotografía IX
Anda ganoso de franela y pelea. Pero
sin minas en el bulo, ni falopa, ni facón la noche se le pinta compadrita y
fanfarrona. -¡Qué hablás barullero! Calla al pibe de la pieza de al lado y
escucha la bandola tristona por la radio y la garúa que golpea en la chapa
oxidada y los zapatos lustrados para el baile que nunca va a ser acercándose a
la baranda. Bocanada de angustia, farolito que se apaga. El Doque se le planta
espejo y entonces se asoma de a poquito al abismo de caserones a la hora de la
siesta, putas cansadas, berretines saltando la rayuela. Espera que alguien lo
salve. Nada. Entonces muerde un pucho y el fósforo lo encandila sin quemar el
tabaco. -'¡Ta Madre! Están húmedos...
Fotografía VIII
La dueña del
sol despierto es Catarina Da Seis. Se lo ganó casada con la miseria. El arroz
de una semana, los condimentos de tres meses: feijoada todos los días.
Catarina Da Seis recorre cada rua coleccionando esclavos del amor
anónimo y el Pelourinho se le desdibuja entre la luna negrera, gastada de verla
tantas noches. Ella, indigna de Amado y su cravo e canela, burguesa en
su pobreza -poética para os boêmios desvelados. Catarina Da Seis
recuerda: "Era sua livre hora de passeio, como gostava! De atravessar
sob o sol, a marmita na mão. De andar entre as mesas, de ouvir as
palavras..." y hace resonancia en su cuerpo
ultrajado: "...de sentir os olhos carregados de intenções...". Las
miradas deseosas que la corrompieron de a poco le empapan la cara. Se
desespera, se da asco. Amanece y Catarina Da Seis se deja ser pura hasta que
venga la noche.