Sudestada
Hasta que decidimos volver a colgarla en la pared, la pintura
“Sudestada en el puerto de Buenos Aires”, deambuló por varias habitaciones de
la casa. La madera tarugada del
comedor se manchó y hubo que laquearla. La pared de la sala se llenó de horrorosos
hongos negros. El techo del dormitorio de mis padres comenzó a descascararse
dos meses después de colgarla en la pared frente a la cabecera de la cama. Mamá
amenazó con tirarla y el abuelo la guardó en el sótano, hasta que amaneció
inundado. Ahora cuelga nuevamente
en el comedor, pero, los barcos están en
dársena seca. Mi hermano mayor se ocupó de vaciarla.
Desencuentro
La cena se enfriaba en la mesa. A las
diez levantó los platos y tiró la comida. A las once apagó las luces y cerró
las ventanas. A las doce se tomó el frasco de tranquilizantes completo y se
acostó vestida en la cama matrimonial. A las doce y media entraba en la
inconsciencia, lentamente. A la una la contestadora del teléfono registró el
siguiente mensaje, que ya no escucharía “Llamamos del hospital para avisar que el señor José Aguirre ingresó a quirófano por un accidente en la vía pública, pero
se encuentra fuera de peligro”
La pesca
Papá solía morirse dos veces al día. Al amanecer, cuando percibía la
suave brisa que se levantaba desde la orilla trayendo el aroma del mar. Y en la
hora de regreso de los pesqueros, cuando el viento le alcanzaba las voces de
los pescadores entonando las canciones que él también cantaba antes de perder
el brazo derecho.
Atracción fatal
¡Pam! ¡Pam! El sonido, repetido, provenía de la planta
superior y ella lo escuchaba desde hacía rato. Por fin se decidió, subió y
golpeó la puerta del departamento. Nadie abrió. El ruido continuaba, ahora más
fuerte. Empujó la puerta y entró. Una ventana batía contra el marco a impulsos
del viento. Se asomó y una fuerza imperiosa la empujó hacia afuera. Voló y
desapareció en el horizonte.
¡Pam! ¡Pam! El inquilino del octavo piso escuchó el
sonido y decidió bajar a la planta inferior para ver qué era.