Hay lecturas por mero placer, las que están teñidas por un impulso sibarita que me acompaña desde la infancia y las lecturas profesionales, aquellas que se realizan pensando en un posible lector, en la pertinencia a un lugar en un catálogo (no soy excluyente, desde luego). Debería agregar las lecturas que suscitan la propia escritura y que se inscriben básicamente en las del primer tipo.
He leído recientemente y recomiendo con énfasis El Mar de John Banville editada por Anagrama (una vez más el mejor escritor de Inglaterra es un irlandés) y del mismo autor -aunque escritas con el seudónimo de Benjamin Black- El secreto de Christine y El otro nombre de Laura ambas publicadas por Alfaguara. El irlandés pertenece, junto a Corman McCarthy y Philiph Roth, a esa estirpe de escritores que concluida la lectura, nos deja en vilo y abre esa dimensión del “máximo posible de sabor” a la que alude Barthes en El placer del texto. Puedo agregar La mitad de la verdad, el libro que recoge la obra poética reunida de Irene Gruss y estoy leyendo Lejos de Tierra y otros poemas: la edición bilingüe de los poemas de Melville editadas por Bajo la luna que demuestra el aporte central de las editoriales independientes locales al escenario de los “demasiados libros”.
Siguiendo ese trazado sin ninguna pretensión de exhaustividad y a mano alzada, evoco el recorrido del caminante Sebald en los Anillos de Saturno (Debate) y su recuerdo de Conrad, lo que me lleva a El Corazón de las tinieblas (Centro Editor de América Latina), libro cuya lectura demorada evita la conclusión y ralenta el disfrute. Fui uno más del club de enamorados de Madame Bovary y me deslumbré con Moby Dick, una de las novelas más originales que haya leído (un exorcismo marino, un compendio de metafísica y un tratado sobre la ballena entre otras cosas). En español la versión de Enrique Pezzoni es casi indispensable.
Las obras del maestro (así se llama la novela de Colm Toibin publicada por Edhasa que lo tiene como personaje, muy recomendable, por cierto –The master: retrato del novelista adulto–) de la novela moderna, el sutil tejedor de la ambigüedad y el punto de vista: Henry James. La lección del maestro, Los papeles de Aspern u Otra vuelta de tuerca.
Pálido fuego, Ada o el ardor y Lolita (podría agregar otras) son mis tres novelas preferidas de Vladimir Nabokov, otra fuente inagotable de disfrute literario.
Siguiendo con esta lista arbitraria: Las olas de Virginia Woolf y La muerte de Virgilio de H. Broch dos muestras de que lo poético alcanza momentos culminantes también en la novela. La “saga Duras” del delta del Ganges, la mendiga, el vicecónsul y Anne Marie Stretter. (El arrebato de Lol V. Stein, El vicecónsul editado por Tusquets e India Song por el Cuenco de Plata. A partir del libro Duras filmó la película, morosa e hipnótica de la que durante un tiempo escuché insistentemente la melancólica melodía que el argentino Carlos D’alessio compuso para el film).
Continúa la sucesión de highlits de libros que dejaron huella: Luz de agosto de W. Faulkner (no abundaré en el “continente Faulkner” pero hay mucho más), Viaje al fin de la noche de Céline. El capitulo ocho del Ulises de Joyce que se corresponde con el episodio de los lestrigones en la Odisea o el de las rocas errantes. Los finales de el muerto en Dublineses del irlandés y el de Bartleby de Melville. El largo Adiós de Chandler, una novela mayor. Beckett y su lucidez terminal (Molloy, Malone muere o El innombrable o las piezas cortas que Tusquets reunió en el volumen llamado Pavesas).
Onetti siempre y desde siempre: La vida breve me parece la mejor novela escrita en español que haya leído pero también Para una tumba sin nombre, Dejemos hablar al viento o El astillero. Los detectives salvajes de Roberto Bolaño que es la novela emblemática para los que pasamos el medio siglo de vida y fuimos jóvenes en los 70 e hicimos la política y la literatura con la misma pasión, como tribus en el exilio o en los sótanos.
Me doy cuenta de que a esta altura no he citado libros que suscitaron la escritura ni obras de poetas a pesar de que escribo poesía. Otra vez por evocación automática, sin repetir y sin soplar: La tierra baldía de T.S. Eliot, la antología de poesía surrealista compilada por Aldo Pellegrini (allí Licantropía contemporánea de Luis Aragón), Un golpe de dados de Mallarmé, Tabaquería de Fernando Pessoa, para Tabucchi el poema más grande del siglo XX. Los Poemas Humanos de César Vallejo, Monumento al mar de Vicente Huidobro, El tango del viudo en Residencia en la tierra, Las flores del mal de Baudelaire, Con esta boca en este mundo de Olga Orozco. Quedará para otra vuelta un recuento de lecturas memorables de poemas y poetas (amén que suscitadoras también; no faltará oportunidad, como diría mi tía).
Libros que han disparado la escritura: El espacio literario de Maurice Blanchot, editado por Paidós, El Alma romántica y el sueño de A. Beguin del Fondo de Cultura Económica y Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes de Siglo XXI.
Respecto de mi interés por los libros, para no hacer arqueología, destacaré dos editoriales que me formaron como lector: Robin Hood y el Centro Editor de América Latina. Este último a través de Capítulo. La colección de literatura argentina primero y después la universal me hicieron de muy joven, un lector adulto. Es mi deuda como lector con el gran Boris Spivacow. Así pasé de Salgari o Príncipe y Mendigo a Las babas del diablo de Cortázar o Las ruinas circulares y más tarde al Viaje al fin de la noche de Celine (en dos tomos) o El corazón es un cazador solitario de Carson McCullers. Las ediciones eran de una precariedad tal vez excesiva pero para mi entusiasmo y fervor juvenil la rusticidad del soporte era soportable.
Con respecto a los libros que edité, destaco dos. Uno lleva la marca de la adrenalina editorial: La biografía de Lacan. Esbozo de una vida de E. Roudinesco, que Alejandro Katz, por entonces director del Fondo en Argentina, trajo de Frankfurt en 1993 y por la que tenía que hacer una oferta importante para América Latina (Anagrama tenía los derechos para España). Recuerdo que leí el ejemplar editado por Fayard y vi que era un libro que no se podía perder por lo que insistí en la necesidad de subir la apuesta para su contratación. Afortunadamente, se consiguió y el libro fue un éxito. En 1994 la autora viajó a la Argentina y objetó con vehemencia la tapa en que aparecía una foto de Lacan, joven, con el torso desnudo, fumando un puro. Era una portada, según decía “de revista del corazón“. Finalmente, después de una intensa actividad en Buenos Aires, se zanjó la polémica bailando tango en el club Almagro.
El otro es Relámpagos de lo invisible, la antología de Olga Orozco que compilé para el Fondo. Olga decía que no tenía mucha obra y que no quería hacer un libro demasiado voluminoso. Finalmente nos sentamos frente a frente y comenzó un regateo: ella desvalorizaba algunos poemas y quería convencerme de que era mejor no incluirlos y yo le decía que no estaba dispuesto a dejarlos afuera. La situación era muy graciosa. Olga era una persona de un humor increíble. Con ese libro no sólo tuve el privilegio de reunir parte de la obra de una poeta que admiro, sino también de hacer una amiga entrañable.
En lo que hace al papel del editor, adhiero a la idea que esboza el gran escritor y editor italiano, Roberto Calasso, quien en su artículo "La edición como género literario" destaca que el arte de editar libros podría ser considerado como “la capacidad de dar forma a una pluralidad de libros como si fueran los capítulos de un único libro”. Atendiendo de manera cuidada a la presentación y también, por supuesto, a cómo ese libro puede ser vendido al mayor número de lectores posibles. Calasso toma como ejemplos a un editor italiano del siglo XVI, Aldo Manuzio quien fue un adelantado en el metier editorial (en 1502 editó a Sófocles en un formato pequeño, lo que constituye el primer libro de bolsillo de la historia) y a Kurt Wolff que creó una pequeña editorial en la primera década del siglo XX que albergó en su catálogo a promesas de entonces como Franz Kafka, Georg Trakl, Robert Walser y a Else Laske-Schuler.
La edición como una forma de bricolage dice Calasso (el concepto es de Levi- Strauss quien lo utilizó para definir la creación de los mitos): “traten de imaginar una editorial como un único texto formado no sólo de la suma de todos los libros que ha publicado, sino también de todos sus otros elementos constitutivos, como las portadas, las solapas, la publicidad, la cantidad de copias impresas o vendidas, o las diversas ediciones en las que el mismo texto ha sido presentado.”
Respecto del panorama editorial creo que lo más destacado desde hace unos años es la aparición de las editoriales independientes. Destaco la labor en México de El Tucán de Virginia, Aldus, ediciones El Milagro, Sexto Piso, del Umbral y por supuesto en nuestro país, aquellos sellos editoriales que siguen ofreciendo en ficción y ensayo apuestas interesantísimas: Paradiso, Mansalva, Bajo la Luna, Santiago Arcos, Interzona, Beatriz Viterbo, Caja Negra, Cactus, Ediciones en Danza, Ediciones del Dock, Argonauta entre otras y las recientemente desembarcadas pero ya con títulos de buena recepción por parte de la crítica y el público, Eterna Cadencia y La Bestia Equilátera.
En el 2009 el Fondo presentará un programa muy atractivo. Publicaremos:
El fin de la excepción humana de J.M. Schaeffer. Un ensayo polémico y original, sólidamente documentado y estupendamente escrito, en el que su autor desmonta esta tesis que recorta al hombre de su entorno y ha sostenido a las ciencias humanas y sociales al costo de no poder articular una imagen integrada del hombre que conjugue las ciencias de la cultura y los otros saberes que conciernen al ser humano.
El gusano que tomaba al caracol como taxi y otras historias naturales de Jean Deutsch. En la tradición de Bouffon o Gould, este libro revela de manera pintoresca y amena, la aventura en el pensamiento científico contemporáneo.
Las últimas crónicas de Roberto Arlt escritas en el diario El Mundo entre 1937 y 1942. Estas crónicas permanecían inéditas como libro. Son escritos que recogen sus impresiones del comienzo de la segunda guerra mundial y el ascenso del nazismo, así como aspectos de la vida nacional, la literatura y el arte. Las crónicas estarán acompañadas por un prólogo de Ricardo Piglia.
Pequeño panteón portátil de Alain Badiou. Este libro recoge las semblanzas del pensador francés de aquellos colegas que más allá del disenso que marcó la relación con algunos de ellos, constituyeron un modelo de intelectual genuino que se diferencian de la filosofía actual poblada de impostores y figuras mediáticas. El autor evoca, entre otros, a Sartre, Lacan, Canguilhem, Deleuze, Derrida, Althusser y Foucault.
La negociación de la intimidad de Viviana Zelizer. Esta obra es la primera editada de esta importante socióloga, una argentina que enseña en Princeton, especialista en sociología económica. En ella realiza un abordaje lúcido y preciso para analizar de qué modo desplegamos una actividad económica cuando creamos, mantenemos y renegociamos vínculos íntimos con otras personas.
"Il filo e le tracce. Vero, falso, finto" de Carlo Guinzburg. El autor de El queso y los gusanos realiza en este libro una reflexión sobre la tarea del historiador y la cambiante relación que existe entre la verdad histórica, la ficción y la mentira.
Además están programados una biografía de Trotski de J.J. Marie, un nuevo seminario de Foucault que lleva por título El gobierno de si y de los otros. Un libro de Esteban Buch sobre Schonberg y el nacimiento de la vanguardia musical. Un libro de Francois Dosse, Biografía cruzada Deleuze-Guattari que despliega la importante obra conjunta de ambos pensadores pero también su producción individual a la vez que constituye un fresco muy atractivo de la intensa actividad intelectual desarrollada en torno al mayo del 68.
Siguiendo ese trazado sin ninguna pretensión de exhaustividad y a mano alzada, evoco el recorrido del caminante Sebald en los Anillos de Saturno (Debate) y su recuerdo de Conrad, lo que me lleva a El Corazón de las tinieblas (Centro Editor de América Latina), libro cuya lectura demorada evita la conclusión y ralenta el disfrute. Fui uno más del club de enamorados de Madame Bovary y me deslumbré con Moby Dick, una de las novelas más originales que haya leído (un exorcismo marino, un compendio de metafísica y un tratado sobre la ballena entre otras cosas). En español la versión de Enrique Pezzoni es casi indispensable.
Las obras del maestro (así se llama la novela de Colm Toibin publicada por Edhasa que lo tiene como personaje, muy recomendable, por cierto –The master: retrato del novelista adulto–) de la novela moderna, el sutil tejedor de la ambigüedad y el punto de vista: Henry James. La lección del maestro, Los papeles de Aspern u Otra vuelta de tuerca.
Pálido fuego, Ada o el ardor y Lolita (podría agregar otras) son mis tres novelas preferidas de Vladimir Nabokov, otra fuente inagotable de disfrute literario.
Siguiendo con esta lista arbitraria: Las olas de Virginia Woolf y La muerte de Virgilio de H. Broch dos muestras de que lo poético alcanza momentos culminantes también en la novela. La “saga Duras” del delta del Ganges, la mendiga, el vicecónsul y Anne Marie Stretter. (El arrebato de Lol V. Stein, El vicecónsul editado por Tusquets e India Song por el Cuenco de Plata. A partir del libro Duras filmó la película, morosa e hipnótica de la que durante un tiempo escuché insistentemente la melancólica melodía que el argentino Carlos D’alessio compuso para el film).
Continúa la sucesión de highlits de libros que dejaron huella: Luz de agosto de W. Faulkner (no abundaré en el “continente Faulkner” pero hay mucho más), Viaje al fin de la noche de Céline. El capitulo ocho del Ulises de Joyce que se corresponde con el episodio de los lestrigones en la Odisea o el de las rocas errantes. Los finales de el muerto en Dublineses del irlandés y el de Bartleby de Melville. El largo Adiós de Chandler, una novela mayor. Beckett y su lucidez terminal (Molloy, Malone muere o El innombrable o las piezas cortas que Tusquets reunió en el volumen llamado Pavesas).
Onetti siempre y desde siempre: La vida breve me parece la mejor novela escrita en español que haya leído pero también Para una tumba sin nombre, Dejemos hablar al viento o El astillero. Los detectives salvajes de Roberto Bolaño que es la novela emblemática para los que pasamos el medio siglo de vida y fuimos jóvenes en los 70 e hicimos la política y la literatura con la misma pasión, como tribus en el exilio o en los sótanos.
Me doy cuenta de que a esta altura no he citado libros que suscitaron la escritura ni obras de poetas a pesar de que escribo poesía. Otra vez por evocación automática, sin repetir y sin soplar: La tierra baldía de T.S. Eliot, la antología de poesía surrealista compilada por Aldo Pellegrini (allí Licantropía contemporánea de Luis Aragón), Un golpe de dados de Mallarmé, Tabaquería de Fernando Pessoa, para Tabucchi el poema más grande del siglo XX. Los Poemas Humanos de César Vallejo, Monumento al mar de Vicente Huidobro, El tango del viudo en Residencia en la tierra, Las flores del mal de Baudelaire, Con esta boca en este mundo de Olga Orozco. Quedará para otra vuelta un recuento de lecturas memorables de poemas y poetas (amén que suscitadoras también; no faltará oportunidad, como diría mi tía).
Libros que han disparado la escritura: El espacio literario de Maurice Blanchot, editado por Paidós, El Alma romántica y el sueño de A. Beguin del Fondo de Cultura Económica y Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes de Siglo XXI.
Respecto de mi interés por los libros, para no hacer arqueología, destacaré dos editoriales que me formaron como lector: Robin Hood y el Centro Editor de América Latina. Este último a través de Capítulo. La colección de literatura argentina primero y después la universal me hicieron de muy joven, un lector adulto. Es mi deuda como lector con el gran Boris Spivacow. Así pasé de Salgari o Príncipe y Mendigo a Las babas del diablo de Cortázar o Las ruinas circulares y más tarde al Viaje al fin de la noche de Celine (en dos tomos) o El corazón es un cazador solitario de Carson McCullers. Las ediciones eran de una precariedad tal vez excesiva pero para mi entusiasmo y fervor juvenil la rusticidad del soporte era soportable.
Con respecto a los libros que edité, destaco dos. Uno lleva la marca de la adrenalina editorial: La biografía de Lacan. Esbozo de una vida de E. Roudinesco, que Alejandro Katz, por entonces director del Fondo en Argentina, trajo de Frankfurt en 1993 y por la que tenía que hacer una oferta importante para América Latina (Anagrama tenía los derechos para España). Recuerdo que leí el ejemplar editado por Fayard y vi que era un libro que no se podía perder por lo que insistí en la necesidad de subir la apuesta para su contratación. Afortunadamente, se consiguió y el libro fue un éxito. En 1994 la autora viajó a la Argentina y objetó con vehemencia la tapa en que aparecía una foto de Lacan, joven, con el torso desnudo, fumando un puro. Era una portada, según decía “de revista del corazón“. Finalmente, después de una intensa actividad en Buenos Aires, se zanjó la polémica bailando tango en el club Almagro.
El otro es Relámpagos de lo invisible, la antología de Olga Orozco que compilé para el Fondo. Olga decía que no tenía mucha obra y que no quería hacer un libro demasiado voluminoso. Finalmente nos sentamos frente a frente y comenzó un regateo: ella desvalorizaba algunos poemas y quería convencerme de que era mejor no incluirlos y yo le decía que no estaba dispuesto a dejarlos afuera. La situación era muy graciosa. Olga era una persona de un humor increíble. Con ese libro no sólo tuve el privilegio de reunir parte de la obra de una poeta que admiro, sino también de hacer una amiga entrañable.
En lo que hace al papel del editor, adhiero a la idea que esboza el gran escritor y editor italiano, Roberto Calasso, quien en su artículo "La edición como género literario" destaca que el arte de editar libros podría ser considerado como “la capacidad de dar forma a una pluralidad de libros como si fueran los capítulos de un único libro”. Atendiendo de manera cuidada a la presentación y también, por supuesto, a cómo ese libro puede ser vendido al mayor número de lectores posibles. Calasso toma como ejemplos a un editor italiano del siglo XVI, Aldo Manuzio quien fue un adelantado en el metier editorial (en 1502 editó a Sófocles en un formato pequeño, lo que constituye el primer libro de bolsillo de la historia) y a Kurt Wolff que creó una pequeña editorial en la primera década del siglo XX que albergó en su catálogo a promesas de entonces como Franz Kafka, Georg Trakl, Robert Walser y a Else Laske-Schuler.
La edición como una forma de bricolage dice Calasso (el concepto es de Levi- Strauss quien lo utilizó para definir la creación de los mitos): “traten de imaginar una editorial como un único texto formado no sólo de la suma de todos los libros que ha publicado, sino también de todos sus otros elementos constitutivos, como las portadas, las solapas, la publicidad, la cantidad de copias impresas o vendidas, o las diversas ediciones en las que el mismo texto ha sido presentado.”
Respecto del panorama editorial creo que lo más destacado desde hace unos años es la aparición de las editoriales independientes. Destaco la labor en México de El Tucán de Virginia, Aldus, ediciones El Milagro, Sexto Piso, del Umbral y por supuesto en nuestro país, aquellos sellos editoriales que siguen ofreciendo en ficción y ensayo apuestas interesantísimas: Paradiso, Mansalva, Bajo la Luna, Santiago Arcos, Interzona, Beatriz Viterbo, Caja Negra, Cactus, Ediciones en Danza, Ediciones del Dock, Argonauta entre otras y las recientemente desembarcadas pero ya con títulos de buena recepción por parte de la crítica y el público, Eterna Cadencia y La Bestia Equilátera.
En el 2009 el Fondo presentará un programa muy atractivo. Publicaremos:
El fin de la excepción humana de J.M. Schaeffer. Un ensayo polémico y original, sólidamente documentado y estupendamente escrito, en el que su autor desmonta esta tesis que recorta al hombre de su entorno y ha sostenido a las ciencias humanas y sociales al costo de no poder articular una imagen integrada del hombre que conjugue las ciencias de la cultura y los otros saberes que conciernen al ser humano.
El gusano que tomaba al caracol como taxi y otras historias naturales de Jean Deutsch. En la tradición de Bouffon o Gould, este libro revela de manera pintoresca y amena, la aventura en el pensamiento científico contemporáneo.
Las últimas crónicas de Roberto Arlt escritas en el diario El Mundo entre 1937 y 1942. Estas crónicas permanecían inéditas como libro. Son escritos que recogen sus impresiones del comienzo de la segunda guerra mundial y el ascenso del nazismo, así como aspectos de la vida nacional, la literatura y el arte. Las crónicas estarán acompañadas por un prólogo de Ricardo Piglia.
Pequeño panteón portátil de Alain Badiou. Este libro recoge las semblanzas del pensador francés de aquellos colegas que más allá del disenso que marcó la relación con algunos de ellos, constituyeron un modelo de intelectual genuino que se diferencian de la filosofía actual poblada de impostores y figuras mediáticas. El autor evoca, entre otros, a Sartre, Lacan, Canguilhem, Deleuze, Derrida, Althusser y Foucault.
La negociación de la intimidad de Viviana Zelizer. Esta obra es la primera editada de esta importante socióloga, una argentina que enseña en Princeton, especialista en sociología económica. En ella realiza un abordaje lúcido y preciso para analizar de qué modo desplegamos una actividad económica cuando creamos, mantenemos y renegociamos vínculos íntimos con otras personas.
"Il filo e le tracce. Vero, falso, finto" de Carlo Guinzburg. El autor de El queso y los gusanos realiza en este libro una reflexión sobre la tarea del historiador y la cambiante relación que existe entre la verdad histórica, la ficción y la mentira.
Además están programados una biografía de Trotski de J.J. Marie, un nuevo seminario de Foucault que lleva por título El gobierno de si y de los otros. Un libro de Esteban Buch sobre Schonberg y el nacimiento de la vanguardia musical. Un libro de Francois Dosse, Biografía cruzada Deleuze-Guattari que despliega la importante obra conjunta de ambos pensadores pero también su producción individual a la vez que constituye un fresco muy atractivo de la intensa actividad intelectual desarrollada en torno al mayo del 68.
Horacio Zabaljáuregui estudió Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Desde 1977 está vinculado al sector editorial donde ha desempeñado tareas en librerías y editoriales entre las que se cuentan Alianza Editorial, Siglo XXI, Tusquets y desde 1993 en Fondo de Cultura Económica donde tiene a su cargo el área comercial y ha participado en la realización de varios proyectos editoriales. Desde el 2006 viene desempeñando también las funciones de editor en la filial Argentina de esta editorial.
Entre 1993 y 1998 fue ayudante en la cátedra de Introducción Editorial en la carrera de Edición en la Facultad de Filosofía y Letras.
Desde 1979 hasta 1999 fue miembro del Consejo de Redacción de la revista de poesía Ultimo Reino. Su libro Fragmentos Órficos obtuvo una de las dos menciones del concurso Coca-Cola en las artes y las ciencias en 1980. En 1992, fue jurado junto a Leónidas Lamborghini, Joaquín Giannuzzi, Irene Gruss y Jorge Aulicino del 1º Gran Premio de Poesía V Centenario organizado por el Honorable Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires y en el 2007 miembro del jurado del concurso de poesía del Fondo Nacional de las Artes.
Dictó un curso sobre la obra de Olga Orozco en el marco de las actividades culturales de la Feria del libro del 2006.
Ha participado en varias antologías y colaborado con distintos medios de prensa y revistas culturales.
Libros publicados: Fragmentos Orficos, Ediciones Ultimo Reino (1989); Fondo Blanco, Ediciones Ultimo Reino (1990), La última estación del mundo, Bajo la luna (2001) y Querella, Bajo la luna (2006).
Entre 1993 y 1998 fue ayudante en la cátedra de Introducción Editorial en la carrera de Edición en la Facultad de Filosofía y Letras.
Desde 1979 hasta 1999 fue miembro del Consejo de Redacción de la revista de poesía Ultimo Reino. Su libro Fragmentos Órficos obtuvo una de las dos menciones del concurso Coca-Cola en las artes y las ciencias en 1980. En 1992, fue jurado junto a Leónidas Lamborghini, Joaquín Giannuzzi, Irene Gruss y Jorge Aulicino del 1º Gran Premio de Poesía V Centenario organizado por el Honorable Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires y en el 2007 miembro del jurado del concurso de poesía del Fondo Nacional de las Artes.
Dictó un curso sobre la obra de Olga Orozco en el marco de las actividades culturales de la Feria del libro del 2006.
Ha participado en varias antologías y colaborado con distintos medios de prensa y revistas culturales.
Libros publicados: Fragmentos Orficos, Ediciones Ultimo Reino (1989); Fondo Blanco, Ediciones Ultimo Reino (1990), La última estación del mundo, Bajo la luna (2001) y Querella, Bajo la luna (2006).